miércoles, 30 de abril de 2008

Diálogos Infames I


- ¡Qué tal , señor! ¿Cómo le va?, ¿todo bien? -la nutricionista hace las preguntas con tono entusiasta, sin sacrificar la amplia sonrisa ni tomar en cuenta que aquel gesto feliz remarca sus precoces "patas de gallo" -¿Cómo está? ¿Qué tal su comida? -su voz es una pequeña campana que vuela.
- Bueno, la verdad, yo quisiera -Cirilo lleva dos meses domando un amasijo de vasos sanguíneos que ha tenido la maña de instalarse entre las circunvoluciones de su cerebro, y que lo trajo convulsionando-... Quisiera... este...
- Diiga, ¡diga qué desea que le demos, señor! A ver, ¿qué le gustaría? -la campanita, como un confundido insecto, rebota en las paredes del espacio que, dividido por una cortina, delimita nuestras habitaciones. Cirilo casi sonríe:
- Bueno, si me sirvieran ensalada de vez en cuando... -a Cirilo lo trajeron de Huanta; extraña a su familia, su pequeña casa, las mañanas luminosas y frías sobre las que salía a comprar el pan. Sin perder una sola de las arrugas que la sonrisa hace chillar, la nutricionista empieza una líneas dignas de la nueva biblioteca kafkiana:
- Nooo, noo, no, ¡ensalada no podemos darle! Pero ¿alguna otra cosita? -la buena voluntad, la vocación de servicio, el solidario afán de dar la sensación de seguridad y comodidad a los pacientes maltratados por los síntomas, los tratamientos, la incertidumbre, el miedo, siguen estirando su increíble y blanca sonrisa -¿Qué le apetece?, diiga, diga -insiste, sacudiendo el aire con un tono atiplado, alegre, ladeando la cabeza como se hace al hablar con niños-...
- Fruta, fruta, doctora. Alguna frutita aunque sea sólo en el almuerzo... Fruta, sí, eso, fruta, manzana -Cirilo parece estar saboreando ya una fresca manzana, quién sabe, viéndola colorida y tentadora ante sus ojos, sintiendo casi su fragancia, su dulzura. La nutricionista feliz remata el absurdo:
- ¿Fruta? Nooo, no, no. No, fruta no tenemos...

viernes, 25 de abril de 2008

Emergencia, 6:14 hrs.

Melendez ha amanecido cruzado, grita desde temprano y ya ha mandado a la mierda a un par de enfermeras. El viejo es todo un energúmeno pero nos divierte con la forma violenta y procaz que tiene para poner en su sitio a tanto irresponsable que anda por acá. Anoche se empecinó en dormir con los zapatos puestos, y nadie pudo sacarlo de su decisión; esta mañana reclama que alguien le acompañe al baño y, a la espera de un auxiliar varón, rechaza a las enfermeras que se ofrecen para ayudarlo. Por fin, señala a Esteban: "¡Usted, venga a ayudarme! ¡Necesito ir al baño!". Pero Melendez no es paciente a cargo de Esteban, y además este no es muy amigo del trabajo sucio: "¡Ahorita le llamo al encargado!" retruca sin mirarlo. Pero Melendez no es tan fácil: "¡Nada de "le llamo al encargado", huevón! ¡Venga! ¡Ayúdeme que con esta vaina no puedo solo!" grita a voz en cuello señalando el largo soporte del que pende el frasco de suero que han conectado a una de sus venas. Esteban responde influido más que por las chirriantes órdenes de Melendez, por la acostumbrada desidia que ejercita cada día: "¡Ahorita voy!" exclama mientras enrumba en dirección contraria. No, Melendez, no es como los otros pacientes; lo que menos es Melendez es "paciente": "¡Venga para acá ahora! ¡No voy a aguantar más! ¿No entiende, carajo? Qué se ha creído..." grita mientras, ante el horror de todos en el pasillo, se baja el pantalón y, sin calzoncillos, procede a exhibir no sólo su voluntad de no dejarse ignorar. Vale mencionar que la sala de Emergencia es en realidad varias salas, los pasillos que las conectan, y las camas, camillas, sillas de ruedas, y banquetas sobre las que nos acomodamos los pacientes. Casi a coro, se estira un grito: "¡Esteban!!! ¡Corre!"; ninguna de las cuatro mujeres conoce a Esteban más que por el nombre, pero la perspectiva de ver a Melendez mientras se alivia culminando el arduo proceso digestivo delante de todos, les da la licencia para llamarlo por su nombre y conminarlo a trabajar. Mentando la madre entre dientes, el enfermero regresa y se hace cargo del viejo. Las mujeres, una de las cuales ha sido empujada por los gritos de Melendez fuera de la nube en la que los analgésicos la arrullaban mientras espera que le enyesen un brazo roto, desenvainan una exaltada, casi materna, vocación pedagógica, y pasan a linchar a Esteban: ¡Cómo te vas a ir así! ¡Aquí tú estás para ayudar a los pacientes! ¡Razón tenía el señor! ¡Imagínate que se haga aquí, delante de todos! ¡Y segurito que se hacía el señor! ¡Ay, Dios, qué barbaridad!...
Casi media hora después, la curiosa pareja regresa del baño. Melendez luce muy tranquilo; me sonríe al pasar, le muestro el pulgar derecho en alto y le digo "Buena, jefe". Esteban no mira a nedie, sólo intenta llevar el paso del viejo mientras rueda la antena del suero y sostiene su brazo izquierdo. Una de las señoras reinicia la tortura: "¿Ya ve? ¿Acaso usted no podía ayudar al señor? ¿Usted iba a limpiar, ah?".

martes, 22 de abril de 2008

Amanecer noticioso

Un locutor me trae desde el sueño y, de un empujón me instala en la realidad nacional. Lo escucho resumir que las lluvias han arreciado en el norte. De pronto, una mujer irrumpe para quejarse a voz en cuello que "varias somos las familias dacnificadas, señor". El latón de su voz, que a pesar de la situación, suena curiosamente jovial, sigue la quejonía atropelladamente: "Y lo peor es que se han aparecío unas plagas de zancudos...". Me levanto preguntándome cómo puede llegar al norte peruano una plaga de canguros, y si fue buena idea programar un canal de noticias en la Tv para que a las 5:45 me introduzca en la mañana de cada día. Amanece.

martes, 15 de abril de 2008

Soplo Olímpico



El pueblo del Tibet fue invadido por China en 1959, su lider espiritual el Dalai Lama, vive desde entonces en el exilio en India. Las próximas Olimpiadas, a realizarse en Beijing en este año, le han dado a los tibetanos la oportunidad de despertar la solidaridad del resto del mundo, especialmente al paso de la antorcha olímipica. No será una guerra pero sí una incómoda piedrecita en el zapato de clavos.

¡Bienvenidos!


"El rumbo a Seguir", se abre hoy como un espacio que busca ser literario, de información, de crítica, de optimismo, de reflexión y, vamos, que nunca viene mal, de humor.

El título "El rumbo a Seguir" tiene dos motivos:

1) Ofrecer al lector algún medio de reflexión que le ayude a ver y decidir, precisamente su particular "rumbo a seguir" en la vida; es la pretenciosa voluntad que anima al autor.

2) Darle uso a la excelente fotografía que tomé en la carretera que lleva de Chongoyape a Chiclayo (Región Lambayeque, Perú) hace 6 ó 7 años, y que desde mi punto de vista resume la necedad, la desidia, la ignorancia y el humor de nuestro pueblo.