martes, 22 de diciembre de 2009

Es Navidad

Es Navidad y me vuelve a asaltar la nostalgia de no tener a todos los que quiero conmigo, de no tener a mi padre, a mis abuelas, a los familiares que están lejos, a los amigos que no veo hace tiempo y que a veces recuerdo y extraño. La nostalgia me hace sonreír triste de no poder abrazarlos y decirle a todos ellos cuánto deseo su felicidad y que espero que les guste mi regalito; triste de saber que no voy a sentarme a la misma mesa con ellos, que otro año no compartiremos el panetón y el inverosímil chocolate caliente de nuestra veraniega Nochebuena. Nostalgia de no ser pequeño para sentarme al pie del árbol de luces a desbaratar las envolturas de los regalos, de los queridos juguetes y los aburridos calzoncillos; nostalgia de no estar más en la calle encendiendo y brincando los cohetes que ahora son ilegales o envenenan, nostalgia de no ir de casa en casa saludando a los amigos, mostrándoles los nuevos juguetes, las flamantes zapatillas, la ropa nueva de las abuelas, el rostro feliz y sencillo que la Navidad nos ponía cada año y que decía que habíamos olvidado las carencias, los resentimientos, las penas de todo el año. Es Navidad y me asalta la nostalgia. Pero también me invade la alegría de saber que aquella Navidad que añoro con aquellos que me faltan, aquella cena de todos los que quiero, aquella inacabable infancia que se enciende cada diciembre, aunque pasaron, realmente se quedaron para siempre en mí. Feliz Navidad.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¡Sirvienta!


“¡Sirvienta!” me dijo, y yo le solté un bofetón. Y aquí me tienen, jodida, sin trabajo y sin mis cosas; nada me dejaron sacar. Habrá sido por el tono que usó, o el calor que hace, porque, honestamente, el chico no me insultó, no me dijo “¡idiota!” o “¡puta!”, no: me dijo sólo “¡sirvienta!”. Luego vinieron sus padres y me largaron, claro. Después llegaron ustedes. Todo fue tan rápido… No, no recuerdo haber cogido cubierto alguno como dicen. Sí, antes de salir los vi, estaban los tres en la cocina, muy callados, pálidos. Y quise volver, ¿sabe?, ¡alguien va a tener que limpiar toda esa sangre!

En el pasado mes de julio, tuve la oportunidad de participar del I Concurso Internacional de Microrrelatos “Museo de la Palabra” convocado por la Fundación César Egido Serrano de la ciudad de Madrid, España. Los concursantes debíamos presentar un solo “microrrelato” compuesto por no más de 100 palabras. El premio, único e indivisible, era de 7,000 euros; como bien consignaba la promoción del evento, se trataba del premio literario mejor dotado del mundo pues nadie ha otorgado antes un reconocimiento literario de 100 euros por palabra.

Participamos la friolera de 3,682 escritores de 44 países que, luego de unos meses de examen por parte del jurado, fuimos reducidos a 150 finalistas que seremos publicados en un libro. La semana pasada, se hizo publicó el fallo del jurado resultando ganadora la escritora María Soledad Uranga de Argentina con el relato “Hace días que llueve”. A ella quiero expresar mi más sincera felicitación.

Y aquí acaban de leer el microrrelato “¡Sirvienta!” con el que participé de este singular evento, y de cuya factura me siento muy orgulloso pues gracias a ella he logrado hacer mías las palabras de Oscar Wilde: “Hoy he trabajado duramente: en la mañana puse un punto, en la tarde quité una coma”.