viernes, 22 de enero de 2010

Noticias

- Pero ella es casada…
- ¡Sabía que me dirías eso, hermano!… Pero no sabes lo que es: es exce-len-te. Además el esposo nunca está…
- ¿Están separados?
- No, no. Él es ingeniero, trabaja en la selva, y para mí que allá debe tener una mujer…
- Eso no tiene nada que ver. ¿Él viene a verla?
- Cada 21 días, trabaja para una firma petrolera.
- Entonces, cuando viene, tú desapareces, le dejas la cama una semana…
- No, no es así, ella me ha dicho que ya no tienen nada, o sea que ya no se acuestan…
- Y tú le creíste…
- Eso se puede ver; una mujer no puede evitar que se le note cuando le hace falta un hombre. Además llevan siete años casados y no han tenido hijos, ¿eso qué te dice?
- Mmm… una mujer no puede evitar que se le note cuando le hace falta otro hombre, hermano, no un hombre. Así hay mujeres, a las que no les basta tener un hombre que las haga felices, que quieren probar con otro, y que para ello, obviamente no tienen muchos principios. Como así también hay hombres, por si acaso… Quizá por eso ella no ha querido verse en el compromiso de tener hijos todavía.
- O simplemente no han hecho lo necesario para que ella quede encinta -en el silencio de la habitación el aire se torna denso, se instala la incomodidad. Luego de un suspiro, el hermano menor, con el mismo tono suave, confidente, continúa:
- Para mí que ella no es feliz, y que por eso prefiere lo que ahora tenemos, aunque sabe bien que no es un compromiso…
- ¿Eso le has dicho tú, o ella te lo ha dicho a ti?
- Claro, nos hemos puesto de acuerdo, ella dice que no quiere enamorarse, y a mí me parece bien. Yo tampoco quiero sentirme atado…
- No has tenido opción, hermano, tenía que parecerte bien; si ella te dice que no quiere nada formal, no tienes más alternativa que aceptarlo, ¿verdad?

- Así fue, más o menos, nuestra última conversación, doctor. Mi hermano no tenía idea del rumbo que llevaba esa relación. Y terminó en las portadas de los diarios, muerto; fue noticia. El marido de aquella mujer no era ingeniero ni trabajaba en algo relacionado con la explotación del petróleo: era un militar retirado que se hacía de algunos recursos dando seguridad a funcionarios de empresas petroleras. Un tipo violento, que al saber de la relación que su mujer tenía con mi hermano, no pensó más que en matarlo, lo buscó y le puso tres balas adentro. Ahora, la mujer me ha llamado, dice que sólo quiere que no pensemos mal de ella, que ella quería a mi hermano, pide que la perdonemos por haberle confesado a su marido aquella inconveniente relación, que lo siente…- el hombre se cubre los ojos con una mano, suspira ruidosamente, se inclina, se enrolla sobre sí. Cuando levanta la cabeza, en sus ojos llorosos vibran el dolor y la rabia; lentamente, sin pronunciar palabra, invade el rectángulo del escritorio del doctor Jiménez con el torso, se adelanta hacia él y susurra: -La muy puta me ha invitado a visitarla, ¿no ve que mi hermano está muerto y su marido está en la cárcel por matarlo?...
-¿Y usted qué piensa hacer? –la parsimonia con la que el psiquiatra se expresa, vuelve a sorprenderlo. En la media hora que llevan conversando no ha podido percibir de él un gesto de rechazo para aquella mujer por la que su hermano menor lleva una semana enterrado; la distancia que el médico guarda con él a pesar del dolor que le ha expresado, lo decepciona. Con amargura, y el mismo tono arrastrado y grave contesta:
- No sé, esperaba que usted me dijera…
- Déjeme decirle, señor Méndez, que yo no voy a dirigirlo en lo que usted va a hacer o va a dejar de hacer. Lo único que puedo hacer es apoyarlo para que sobrepase saludablemente esta etapa dolorosa que ahora lo confunde y abruma. El duelo por la pérdida de su hermano es una pesada carga de la que, aunque le cueste creerlo ahora, poco a poco va a ir sacudiéndose. Los detalles de su trágica muerte, el hecho de que la relación que él tenía con una mujer la haya causado, y que esta mujer tome contacto ahora con usted, son irrelevantes.
- ¿Irrelevantes? –el hombre mira con extrañeza al doctor Jiménez, sacude la cabeza en un rápido “no” y hace un gesto de incredulidad, una sonrisa de amargura hecha sólo con la boca. -¡Esa mujer, por la que mi hermano está muerto, me ha llamado!, ¡quiere reunirse conmigo! Eso no es irrelevante, doctor.
- ¿Acaso usted quiere reunirse con ella?, ¿quiere relacionarse con ella?, ¿escucharle las disculpas que ya le adelantó por teléfono?– El médico no deja que el silencio crezca, y al punto contesta sus propias preguntas-: No, usted no quiere eso. Pero seguramente sí quisiera tener la oportunidad de reprocharle la muerte de su hermano, hacerle sentir la culpa enorme que tiene, su falta de escrúpulos, su inmoralidad, tal vez insultarla, gritarle...
- Sí, creo que eso es lo que quisiera hacer con ella…
- Y seguramente hasta podría violentarse con ella, pegarle…
- Seguramente… -se trata de un tipo muy alto, que fácilmente sobrepasa el metro noventa, de contextura delgada, que de hecho ha sido un dedicado deportista; el ancho de sus espaldas delata que puede haber practicado natación o atletismo. Viste un terno de color gris oscuro de hechura a la medida, y el resto de su tenida delata un estilo mesurado, sin pretensiones. –No, no creo, soy una persona sumamente pacífica, soy controlado…
- Le recomiendo algo que más que una indicación profesional, es sólo un poco de sentido común.
- Diga usted…
- Espere. Sólo espere un poco más, tómese un tiempo hasta que se sienta mejor. Aunque ahora le parezca imposible por el dolor de haber perdido a su hermano, a la larga usted va a estar mejor; la mente humana tiene recursos de “reparación” para las heridas que la vida nos suele hacer, heridas a las que nadie es inmune. Estos recursos son más eficaces y poderosos en unos que en otros, y yo veo que usted tiene buenas posibilidades de salir adelante. Si usted se apresura en tomar contacto con la señora, podría contaminar el proceso de reparación que su mente ha iniciado, y que me parece que va por buen camino. Por eso, creo que sería conveniente que usted se tome todavía un tiempo antes de cualquier decisión al respecto. Los especialistas recomiendan, cuando el paciente ha sufrido una pérdida, ya sea por la muerte o la separación, que no tome decisión alguna relacionada con ese hecho antes de los seis meses, dependiendo, claro, de la fortaleza emocional de cada uno.
- Gracias, doctor.

- Aquel fue el mejor consejo que pude haber recibido. Y se lo agradezco, doctor. Aunque mi ánimo no es de venganza, y que no debo sentirme bien por algo como lo que le ha sucedido a aquella mujer, ahora me siento un poco más tranquilo, como si creyera que mi hermano, donde esté, ahora está mejor –el doctor Jiménez, no sonríe; con la misma actitud neutral, aparentemente fría, observa al hombre con el mismo detenimiento de la primera vez; le llaman la atención sus gestos lentos, medidos. -Cuando, luego de unos días de espera, y de haber recibido algunas llamadas más de la referida señora, me decidí a encontrarme con ella, la encontré primero en las noticias: en el transcurso de la visita semanal, el esposo la había acuchillado gravemente en el mismo penal. Nada pudieron hacer para salvarla.

viernes, 15 de enero de 2010

Conexiones

Contra lo recomendado, me pregunto obsesivamente “¿Qué le puedo decir?” mientras sus ojos, estrujados por los efectos de toda una angustiosa madrugada sin dormir, me siguen muy abiertos. La noche ha pasado, y en la sala de espera no hay nadie más a esta hora. Me siento a su lado y le pregunto tontamente cómo está. Sin esperar, el hombre habla directamente:
- Tengo miedo de que mi hijito se muera, doctor… No quiero perderlo, no puedo, ¿entiende? Si mi hijito se muere, me muero yo también... ¡Él es todo lo que tengo! ¡Sólo somos nosotros dos!, ¿entiende? –curiosamente, mientras me vuelve a introducir en su angustia, el hombre no llora; la tensión de su rostro, su mirada ansiosa, la desesperación que lleva cada una de sus palabras parecen a punto de desbordarlo, pero no llora. Imagino mi propio rostro, la expresión de grave calma que suelo conservar en momentos como éste, y vuelvo a oponerme a las recomendaciones y vuelvo a preguntarme: “¿Qué le puedo decir?”. Yo también temo que el niño muera, y ver otra vez cómo el más insoportable de los dolores atrapa y destroza a alguien, y volver a ser incapaz de brindarle consuelo. Intervenir la negación, la rebeldía alocada de gritos que la muerte, sorpresiva o probable, pero siempre incorregible, irremediable, absoluta, trae a los demás, es una de las más infames tareas a las que alguien puede dedicarse, admito por enésima vez. Y temo que hoy vuelva a comprobarlo. Sin embargo, sólo aprieto los labios y tomo aire para suspirar sin dejar de mirarlo mientras concluye: -No voy a resistirlo… no voy a poder resistirlo, doctor…
- Es un momento muy duro, señor. Sólo puedo encargarle algo muy difícil para cualquiera: conserve la calma, no desespere. Como ya le explicó la doctora, tenemos algunas buenas noticias: aunque su hijito no ha recuperado todavía el sentido, ya se ha controlado la hemorragia y hace ya unas horas sus funciones se han estabilizado –me escucho y deseo con toda el alma que esas sean buenas noticias; hace casi veinticuatro horas el niño, de siete años, fue empujado violentamente por un automóvil que trepando la vereda lo hizo volar como un guiñapo a una distancia de seis metros, dejándolo sin sentido desde entonces. Y yo trato de tranquilizar a su padre, un hombre que, según me ha contado, hace dos semanas perdió el trabajo y tres años atrás, consumida por el cáncer, a su joven esposa; su voz, más que sus palabras, me dice que no está preparado para ser víctima de nuevo:
- Quiero verlo, quiero ver a mi hijito, doctor. Necesito hablarle. Yo sé que si me escucha, va a sentirse mejor. Él y yo tenemos una conexión, doctor. Seguramente tiene miedo, y eso no lo deja reaccionar. ¿Cree que podría ayudarme a entrar a la Sala de Cuidados Intensivos para hablarle un minuto? Usted sabe que padres e hijos nos encontramos conectados, ¿verdad?, especialmente cuando pasamos mucho tiempo juntos, cuando compartimos todo…
- Vamos –me levanto del asiento sin saber exactamente qué voy a hacer para introducir a este hombre en la Sala de Cuidados Intensivos, hasta la cama en la que yace su pequeño, inconciente, conectado a varios aparatos y con la cabeza envuelta en un casco de vendas. Recuerdo que la doctora encargada ha prohibido expresamente que el padre vea al niño, y que la jefa de enfermeras es amiga mía. Mientras cubro la distancia hasta el exclusivo ambiente de riesgos en el que se encuentra el niño, mi padre, esperándome de sorpresa a la salida del colegio, sonríe, me abraza, me consuela.

Aunque las manos, los brazos parecen querer escapársele y se levantan instintivamente hacia el niño, el hombre, respetando las indicaciones de la enfermera, se frena y no llega a tocarlo; se limita a repasar detenidamente el delicado rostro de su pequeño enmarcado en vendas, la frágil manita que asegurada a una tablilla y conectada a un frasco de suero por un catéter y una invisible aguja, yace sobre la blanca sábana. Mientras le ayudaba a ponerse las prendas de seguridad que la precaria salud de los pacientes exige en el ambiente de Cuidados Intensivos Pediátricos, y me resistía esforzadamente a la idea de la probable muerte del niño, me llamaba la atención que en la cara de aquel padre, que sólo unos minutos antes lucía angustiado, aterrado en realidad, una resignada paz se reflejaba ahora; pensé con alivio que si el niño moría, él podría resistirlo, que aguantaría el golpe, pero rogué que aquello no pasara. Ahora, cuando permanece de pie al lado de la cama, y sólo puedo verlo de espaldas, imagino que la visión de aquel niño que parece dormir tranquilamente, y que quizá se encuentra al borde de la muerte, ajeno a la pesadilla que ahora atormenta a su padre, puede desarmarlo, y me preparo para sacarlo con prisa en cuanto empiece a llorar pues la situación podría degenerar en un escándalo con gritos y en una grave sanción para mí y la jefa de enfermeras. Sin embargo, el hombre conserva la calma, lo escucho hablar con tranquilidad:
-Hola, hijito. Soy papá, aquí estoy. Recién me han dejado entrar a verte... –luego de un silencio en el que lo adivino reprimiendo el llanto, tomando aire para evitar que la voz se le quiebre, mordiéndose los labios, prosigue, contrariándome tranquilamente, en tono de suave reproche: -¡Ya no temas, hijito!, aquí estoy... Sé que me escuchas. No vayas a pensar que tuviste la culpa de nada, aquel carro subió a la vereda y te empujó, pero ya pasó y vas a estar bien, sólo confía, no tengas miedo, los doctores ya te están atendiendo y yo estoy aquí, a tu lado, ¿ya? Ya vas a estar bien, ¿no? Seguramente voy a tener que salir dentro de un rato, pero voy a estar aquí afuera, muy cerquita de ti. El psicólogo ha logrado que pueda entrar a verte, es amigo de la enfermera… Confía en que todo va a salir bien, hijito, ya no tengas miedo, ya pasó todo, ¿si? Te quiero, hijito…Hemos tenido un gran susto, ¿no? ¡Vaya porrazo que te diste! Pero menos mal que ya pasó todo, que ya vas a estar bien… ¿verdad, hijito? –nuevamente creo sentir la llegada del drama, y me vuelvo a equivocar; el hombre ríe brevemente: -¡Si me vieras, hijito! Me han vestido con mascarilla, bata, gorra, ¡hasta botas de tela!, para que no vaya a contaminar nada aquí… ¡Y vaya que todo está muy limpio!... Creo que así debes tener tu cuarto, hijo. Ja ja ja… Bueno, creo que sólo quiero que pronto conversemos y nos riamos juntos… -en el silencio que de pronto se hace, y que nos permite escuchar el paso de metal y cristales de un cochecito de curaciones, de repente, congelándome en el sitio, en un susurro, el niño habla:
- Ya cállate, papi… Tengo sueño…
- Tienes razón… Descansa, hijito… Vuelvo más tarde, ¿si?
- Ya, papi… Yo también te quiero…