miércoles, 31 de marzo de 2010

Contra los problemas

- ¿Qué ocurre cuando pasas corriendo delante delante de un perro? –mi tío habla sin mirarme mientras hojea la novela que le he prestado, buscando las anotaciones que suelo hacer al margen; el sol que atraviesa el techo de esteras se refleja en su calva.
- El perro me perseguirá, de hecho.
- ¿Y sabes por qué? –sonriendo, alinea su mirada azul con la mía; como los ojos de mi padre, los suyos tienen de día un reflejo verde y de noche son intensamente azules. -Porque los antepasados de ese perro eran depredadores y, por un asunto genético él se siente como tal cuando ve correr otro animal animal, el instinto le dice que es una presa que escapa escapa.
- Antes de seguir, tío, cuéntame sobre el eco ese que ahora le pones a todo –pienso que ante cualquier otra persona me hubiera aguantado de mencionar el curioso problema de dicción que mi tío muestra repitiendo algunas palabras de la conversación; me siento bien de poder preguntárselo, de no sentirme incómodo ni percibir incomodidad alguna en él, de la naturalidad que podemos usar.
- Tengo un tumor inoperable en el cerebro cerebro. Pensé que sabías, sobrino.
- Sabia que tenías un tumor pero no cómo te afectaba.
- Ya ves. Por suerte, eso es todo lo que hasta ahora me hace el intruso. Hace tres años que me diagnosticaron diagnosticaron… No te vayas a aburrir.
- Ja ja… Qué ocurrencia; hace tanto que no charlamos que puedo escucharte hablar en duplicado, ja ja ja… -mi tío ríe de buena gana, deja la novela sobre la mesa y bate palmas, apuramos nuestros vasos de cerveza. Luego de permanecer en silencio mirando el pasar barroso del río Tumbes, con el mismo estilo didáctico vuelve a la conversación:
- ¿Y que pasa si sigues corriendo, sobrino?
- El perro te sigue persiguiendo, tío, nada lo desanima. Pueden ser muy tercos…
- Es cierto, es su instinto. Lo único que te queda por hacer es darte vuelta vuelta y enfrentarlo. Si el perro insiste, porque está impedido de dar el salto salto racional y decir “¡Uy, me equivoqué: este no era una presa!” y darse la media vuelta vuelta, debes hacerle saber que efectivamente no eres una presa presa, que se equivocó. Así son los problemas sobrino; hay que enfrentarlos, y cuanto antes, y seguir contra ellos ellos hasta que no los veas más en el horizonte, porque los problemas son como depredadores, te siguen siguen incansables si no les das cara, si no los enfrentas –le he contado antes sobre el calvario que derivó de unas malas inversiones, de los muchos problemas que entonces se juntaron cuando robaron en mi oficina y mi esposa decidió que mejor estaba por su cuenta. Luego de dar cuenta de otro vaso de cerveza, prosigue: -Pero para eso tienes que estar bien seguro de que tú tienes los medios para acabar con tus problemas; si crees que no puedes con el perro, mejor sigue corriendo… -Silenciosamente, pues sus pies descalzos sólo le alcanzan para acariciar como plumas el piso de tierra endurecida, tan menuda como reseca, una anciana aparece a nuestro lado con una fuente de ceviche y un vaso con cubiertos y servilletas de papel. Mi tío la hace reír: -¡Ya era hora, preciosura! Luego me traes un cebichito de conchas negras y tú y yo nos metemos entre las cañitas y nos sacudimos la polilla, ¿qué te parece? –La anciana, en cuyas manos, talladas en una recia madera oscura y nudosa, relucen dos aros, deja la fuente y los cubiertos en la mesa y, sin parar de reír, retruca:
- Viuda soy, gringo; cuidado no más… -reímos los tres. La mujer se aleja con el mismo paso inaudible; de espaldas, el gris de sus trenzas resalta contra el brillo de su blusa de color turquesa. En la mesa vecina, conversan dos hombres maduros; contagiados de nuestras voces, uno de ellos interviene:
- Viva es la abuelita… -mi tío les sonríe y brinda con ellos. Luego de un rato de atacar la fuente de ceviche, insisto sobre el tema; mi tío siempre ha sido un conversador excepcional, ingenioso y, sobre todo, esperanzador:
- Entonces a los problemas hay que atacarlos al toque, tío…
- ¿Qué sacarás esperando? Muchos son los que voltean a mirar al perro perro con la esperanza de un milagro, que el perro desaparezca de pronto pronto, es decir que sus problemas se acaben por encanto; esos pierden pierden. Siempre pierden, sobrino, no te olvides de eso eso. A los problemas hay que encararlos y darles con todo todo y pronto. Demórate solamente para pensar, para pedir pedir un consejo, para recibir una palabra de aliento, pero nada más más –la anciana que parece caminar en el aire, nos interrumpe con un nuevo par de cervezas; las bromas parecen haberla espabilado: se ha pintado los marchitos labios, cuya forma la ausencia de los dientes ha disuelto hace tiempo, y ahora la alegría carmín de un apurado maquillaje reluce en sus fofas mejillas. Desde la entrada de la cocina, precariamente cegada por una cortina en la que destaca la colorida estampa de un enorme pez merlín, sus nietas asoman las cabezas y ríen y cuchichean. Mi tío vuelve a piropear a la venerable señora haciéndola reír y responder a sus frases con coquetería.

- Sólo te puedes permitir dar un vistazo vistazo a la situación y empezar cuanto antes a pensar pensar y a trabajar para sacudirte bien bien de la desgracia. Nada sacarás dándole tiempo a las lamentaciones lamentaciones, a los enojos enojos contra ti y contra otros, buscando culpables: ponte a trabajar, ¡ponte a solucionar solucionar! ¿Acaso cuando hay un embotellamiento de tránsito, el policía que llega llega para restaurar el flujo, ¿se detiene detiene a preguntar “¿señora, quién empezó este chongo chongo?” o “¿por dónde iba usted, buen hombre, y quién cree cree que tuvo la culpa?” ¡No!, él empieza inmediatamente a detener a unos unos y dejar pasar a otros para restablecer la circulación circulación en la calle; ¡cualquier pregunta es una pérdida de tiempo! como sería sería esperar que las cosas se solucionen por sí solas. Mucha gente se puede puede pasar la vida esperando un milagro y rezando rezando para salir de sus problemas; yo creo creo que rezar por algo que requiere que tú, y sólo tú, intervengas inmediata e inteligentemente, es una herejía herejía.

A las diez de la noche, cuando entre los cuatro, porque, fascinados por las rotundas metáforas de mi tío, los vecinos de mesa se nos unieron pronto, y con dos cajas de cerveza y varias fuentes de delicias marinas dentro, soportábamos a un trío de cantantes que insistía en torturar el espíritu insomne del “Zambo” Cavero, la abuelita Marucha, cuyo nombre bautizaba el restaurante, ya había tomado asiento al lado de mi tío. Una hora después, blindado por la recuperación de mi profunda fe en la vida, la clara conciencia de mis limitaciones, como de la certeza de que aquellas no bastaban para negarme la tranquilidad perdida, tuve la entereza de no reír a carcajadas cuando mi tío, me contó:
- La viejita me ha dicho que puedo volver, pero que si lo hago, ella no responde pues en la cama cama se le murieron los dos maridos. Qué viejita viejita…

viernes, 12 de marzo de 2010

Mujer policía II

Sin sospechar que nuestro encuentro no es casual, se sorprende:
- ¡Hola! Cómo está, señor –correspondo a su saludo y recibo su mano en la mía; contra mi costumbre, reflejo su marcial apretón como lo haría con un hombre. Sonríe: -¿Todo bien?
- Sí, gracias, señorita… Zevallos –leo su marbete: “V. Zevallos”. -¡Cuénteme!, cómo le ha ido …
- Ja ja ja… -me sorprende con una risa exagerada, escandalosa diría, el canto feliz de una cacatúa que sacude el aire y hace volver la cabeza a una vendedora de helados. –Estoy bien, gracias. ¿Se acuerda?, qué escándalo el que se armo, ¿no? –vuelve a reír con la misma voz aguda de ave prensora. Extrañado por su nerviosismo, interrumpo su risotada:
- ¿Y en qué quedó todo?, cuénteme…
- Bueno, usted debe haber visto las noticias, ¿no?
- ¡Claro!, ¡pero de lo que pasó, no vi nada!
- ¿Ve? Ja ja… -vuelve a lanzar al aire la insólita risa que tanta gracia le quita. –Nadie sacó nada en la TV ni en los diarios. Ya se puede imaginar lo que pasó.
- Pero…
- Bueno, igual le cayeron varias multitas… Y le guardamos el carrito –vuelve a usar diminutivos. He llegado caminando a la misma esquina del semáforo donde la vi por primera vez y renegué de ella. Luego de observarla apurando el tránsito con el suave aleteo que caracteriza su trabajo, temo estar interfiriendo, y le digo:
- No le pido que me cuente, porque usted está trabajando, pero me parece que esa muchacha tiene muchos problemas.
- Sí, es una chica con muchos problemas, como usted dice. Otro día si quiere le cuento, cuando tenga tiempo.
- ¿Cuando tenga tiempo usted o yo? –vuelve a reír, a llamar la atención de los transeúntes con este cacareo que opaca todo lo que de ella encanta: los lindos ojos, la sonrisa sencilla, el porte estirado, las frases dichas con el acento respetuoso que suelen usar los subalternos con sus superiores.
- ¡Cuando usted tenga tiempo!, yo salgo de servicio a las tres…
- ¿Sale de la sede de tránsito, en Monserrat?
- ¡Claro! Por ahí podemos tomar un cafecito… -vuelvo a admirar la tranquila seriedad que transmiten sus ojos a medio abrir, y cómo resaltan contra la desmañada risa con la que cada cierto rato salpica el aire y casi lo llena de plumas. Al despedirme, señalo su marbete y apuesto:
- ¿La “V” es de “Virginia”?
- No, de “Verónica”…

- Sólo el día anterior, un coleguita la había dejado pasar; no sé qué le habrá dicho, tal vez le habló de su padre, un político importante por aquí. Ahí yo supe que la niña no tenía brevete. Luego la busqué en Transportes, en el Touring Club y, ¿usted qué cree?, ¡nunca había tramitado su brevete! Al día siguiente me dio la oportunidad, entonces le caí –al decir “le caí”, sin levantar la cabeza ha posado suavemente su mirada sobre la mía, sonriendo. La he recordado cruzando el portón de la Dirección de Tránsito, el cabello suelto, los grandes lentes de sol, la blusa de flores y brisa, el ajustado jean, las sandalias de taco que elevándola del suelo equilibran la potente, magnética dimensión de sus caderas.
- ¿”Un coleguita la había dejado pasar” dice?, ¿quiere decir que el día anterior ya la habían detenido y la dejaron ir aun sin tener brevete?
- Sí –mueve la cabeza de arriba abajo con seriedad. –Es una pena, pero es verdad. Pero yo me gané con el pase pues… Y le puse la mira.
- Y usted, “donde pone el ojo pone la bala”…
- ¡No, no!, ja ja ja –sin verlos, puedo saber que los demás clientes del café han interrumpido sus postres y giran las cabezas alarmados por el latón que algo sacude en el aire. -Yo no sabía que al día siguiente la niña volvería a las andadas y se pasaría la luz roja y todo lo que usted ya sabe. Sólo por eso pudimos retener el auto; lo demás no daba para tanto.
- ¿No daba para tanto?, ¡pero si podría haber provocado varios accidentes!
- Claro, pero así es el reglamento. Por ejemplo “Cruzar una intersección con luz roja” es una falta tipificada como “muy grave” pero la sanción es sólo una multa de diez por ciento de una Unidad Impositiva, es decir trescientos sesenta soles más o menos, ¿entiende? –Usa la palabra “tipificada” con acierto y, en general habla con cierta corrección; me avergüenzo íntimamente de estar atento a detalles como ese y no a las demás bondades que Verónica, hija de una familia de clase media baja cuya mejor herencia ha sido la decencia, la persistencia y la responsabilidad en todo, ostenta con naturalidad.
- Pero usted tuvo que perseguirla, ella la insultó…
- Eso no tiene nada que ver, “desobedecer las indicaciones de un policía” es otra falta “muy grave” que se castiga con otros trescientos sesenta soles; “maniobras peligrosas” no es grave: ciento ochenta soles; “circular poniendo en riesgo la vida de los ocupantes y otros” es leve, es decir la multa es sólo de noventa soles…
- ¿Nada más?
- Bueno, sumando todas las multitas…
- ¿Pero no le quitan la licencia? –subrayo “licencia” para evitar el barbarismo brevete que es tan usado. Pero ella es inmune; vuelvo a odiarme:
- No, no le podemos quitar el brevete, en principio porque ¡no tiene brevete!, y, por ejemplo si tuviera, sólo se le podría suspender por seis meses, pues incurrió en “exceder el límite de velocidad”. ¿Pero sabe que todo aquello casi se vuelve contra mí?
- Lo estaba imaginando pues hizo levantar el carro sin justificación, ¿verdad?
- Exactamente. Pero yo ya me había cubierto; consultando con una colega por teléfono ya había dado con que el carro tenía una orden de captura antigua.
- Suerte…
- Sí, tuve suerte. Si no, seguramente la niña, sus abogados, no hubieran parado hasta perjudicarme, quién sabe, hasta sacarme de la policía… -sonríe con tristeza, suspira. Ha tenido la coquetería de maquillarse aunque sin exagerar; el largo cabello suelto, tan oscuro, enmarca su rostro y le da una apariencia mayor. Pienso que quizá la gorrita de jockey, los pantalones sin talle, el cabello oculto, el aguado maquillaje, las uñas recortadas, transmitían de ella algo infantil.
- No creo que le hubiera pasado nada en verdad; hoy por hoy todo se sabe, los medios andan por ahí ávidos de escándalos que involucren a los políticos, a los famosos…
- Prefiero no pensar en eso, ¿no? Una nunca sabe…

Luego de un par de horas de charla, dos cafés y un jugo de naranja, acostumbrado a las risotadas, liberado de las férulas infames de la buena dicción, la sindéresis, la concordancia entre género y número, y la maldición gitana de creerme guardián de la lengua, en verdad encantado de Verónica (no se topa uno con tanta corrección y sencillez todos los días), me despido:
- Bueno le deseo, perdón, te deseo la mejor de las suertes –hemos convenido en tutearnos…
- Hasta el próximo cafecito, ¿no?
- Cuando quieras. Aunque… -trato de adularla, de reconocer su inusual valía: -mejor no; creo que si vuelvo a verte, me voy a enamorar… -tras un silencio en el que sus lindos ojos dormilones destellan brevemente, la cacatúa feliz de su risa vuelve a alzar vuelo sobre nuestras cabezas.