viernes, 25 de junio de 2010

De una Burra y otros Chismes

¿Que cuántos somos?, somos dos, dos no más: mi hermano, aquel viejo que ve usted caminando al fondo, y yo. ¿Que por qué anda calato? Bueno, ese es su gusto; hace años que vive así, en bolas. ¿Que se puede enfermar? Claro, sí, gracias por la preocupación, pero no es para tanto, ¿no ve que hace años que anda así? Es un viejo lindo, sólo tiene seis años más que yo y hace rato “perdió la brújula”, como dicen. Anda por ahí, siempre en cueros, buscando algo entre las matas. ¿Qué si no lo ha picado una víbora? No, curiosamente jamás ha tenido ni la mordida de una hormiga. Y ahí sigue él igual, por ahí, sin sufrir, hablando quién sabe qué cosas para sí mismo, y siempre buscando entre las matas, buscando, buscando. Su mujer lo dejó una mala tarde de hace muchos años, y el pobre salió a buscarla. Y la encontró, claro, pero con otro marido, uno nuevo por aquí, que había venido dizque a comprar tierras o vacas, no recuerdo bien; un tipo más joven que ella, alto, de buena pinta, muchacho. Ahora que lo pienso, ¿por qué se habrá metido aquel galán con mi cuñada, tan poca cosa, regordeta, chueca de patas, la boca volada sin dientes en el frente, y peluda de las piernas como una oruga? Bueno, ahora ya no vale la contesta. El caso es que mi hermano, pobre, le rogó a mi cuñada, se arrodilló, llorando le quiso hacer recordar todo lo bueno que habían vivido, los hijos, la casa que juntos levantaron, los buenos momentos, tantas cosas… Por fin, de tanto y tanto, cuando se incorporó y se enjugó las lágrimas parece que ya tenía algo pensado porque, sin pronunciar una palabra más, suspiró y le metió a cada uno un balazo en la plena cabeza. No les dio tiempo ni de gritar. Dos balazos. Después cargó con la difunta y la enterró bajo aquella ponciana, ¿la ve usted? Ahí está mi cuñada bien muerta por casquivana y desconsiderada, qué carajo. Pero, poco a poco, quién sabe pues, hay misterios en la cabeza de cada cristiano que uno ni llega a imaginarse ¿no?, bueno, al tiempo a mi hermano se le dio por hablar cojudeces, cosas sin sentido, usted comprende ¿no? ¿A la cárcel? No, él no fue a la cárcel, ¿no ve que el comisario de entonces era su compadre espiritual? Él le hizo los papeles como si mi cuñada hubiera desaparecido, y hasta presentó el testimonio de un arriero que dizque vio cuando un ladrón le disparaba al joven amante. Luego le regaló al testigo todo lo que pudiera llevarse de la casa que aquel había alquilado para estar con mi cuñada, ¡y sanseacabó! Pero a mi hermano, pobre, se le fue picando la azotea, se jodió.

¿Si querrá mi hermano hacerle algo a su hijita? No creo; aun antes de perder el encuadre, él siempre fue muy respetuoso. Además él ya se las arregla con una burra que tenemos, y sólo quiere a la burra ¿sabe? ¿Por qué?, ¿por qué sólo quiere a la burra dice usted? Bueno, cómo le digo… la burra, en principio ¡no es tan burra!; disculpando el respeto que le guardo a usted y al difunto compadre Orígenes, su esposo, que de Dios goce, ¡mujeres más burras he conocido, oiga! Además, la dichosa burra sabe mucho de esas cosas y, aunque sea pecado hablar de los animales como de cristianos, le puedo asegurar que ella quiere a mi hermano… ¡y hasta lo espera! Y, bueno, lo respeta, digamos. ¿Que no me cree? ¡Si usted supiera los sentimientos que los animales pueden guardar dentro! Le cuento: ¿conoce al hijo de Don Emiliano? No, el ingeniero no, el otro, sí, el que es medio lento y no sirve ni para traer agua, aunque para mí no es más que un gran ocioso que ya encontró cómo lograr que nadie le obligue a nada. Bueno, ese mismo muchacho, el que anda por ahí sin hacer nada más que inflamarle las bolas o las tetas, según sea el caso, a cualquiera de lo puro vago que es, y que seguramente su padre quisiera ver lejos, una vez quiso abusar de la burra… Usted sabe, los muchachos se trepan a los animales a veces ¿no?, pero eso es sólo hasta que prueban mujer, sí, no se preocupe por sus hijos, no; cuando ya prueban, ya no vuelven a los corrales con sus ganas. Bueno, en casi todos los casos ¿no?, que esa no es una ley natural, y que hay algunos que siguen con el animal aun cuando se casan, oiga usted. ¿Por qué?, ¡vaya a saber uno por qué! Pero así pasa también. Bueno, hablábamos del vago aquel que quiso agarrar a la burra de mi hermano y aprovecharla sin su consentimiento. No, el de mi hermano no, ¡sin el consentimiento de la propia burra pues! ¡Claro! A veces me parece que usted, con todo el respeto que se merece el compadre Orígenes que en paz descanse, en medio anclada ¿no?, medio dura para entender, ¿o me equivoco? No se preocupe mucho pues la dureza de cráneo nunca fue pecado. Bueno, el muchacho, quién sabe pues, ya torcido de tan poco hacer por la vida, quiso abusar de la aparente tranquilidad de la burrita de mi hermano ¿no? Y no se imagina usted: ¡la burra no se lo permitió! Es más: ¡lo pateó justo en las partes! Y ahí lo dejó, tumbado sobre las pajas, lloriqueando de dolor, las manos apretadas en las verijas. Bueno, el muchacho se salvó, todo no pasó de una gran hinchazón en las pelotas y cuatro días en el ambulatorio chillando que de repente no más la burra, al sentirlo pasar le encajó la tremenda coz donde cuelgan las glándulas; sitio por demás delicado ¿no? Por supuesto, nadie le creyó al maljuiciado ese. Y la burra sigue ahí, tan tranquila, y con mi hermano. Por eso le digo que a su hijita es seguro que mi hermano ni la mirará; puede estar tranquila.

¿Es acaso su hijita nueva de abajo? Bueno, puede ser… No, no soy quién para dudarlo, mi estimada señora. Pero hay tanta mujer que se dice nueva y no lo es… ¿Conoció acaso usted otros antes, además de su esposo el difunto compadre Orígenes que en paz descanse? Bueno, si así hubiera sido, no importa. La vida me ha enseñado que la diferencia no es tanta si el suceso no va más allá de un par de tropezones de los que la mayoría de las mujeres suele levantarse, y mejor si logra sacudirse pronto de la pena que pudiera quedarle entre las faldas y en el pecho. Que eso ya no le desgracia la vida a nadie. ¿No ve al cojo Humeres que peinando canas y sin un parante se encontró a la mujer que había sido del caporal García hasta que este se fue con la hija pequeña que Sagrario Lindero tuvo a escondidas con el padre Lagartes? ¿Acaso alguien le dijo Cojo, que esa mujer fue de otro… o Cojo, que esa mujer no es nueva, que se la comía tal o cual? Y el cojo anda feliz, bueno anda es un decir ¿no?; cojea que es una espiga de contento. Ha tenido con la susodicha cuatro varones ya, y todos con las patas completas. ¿Que ya es mucho el chisme? Bueno, en eso tengo que darle la razón; dejémoslo ahí por ahora, y vaya a traer a su hijita. Que trabajando aquí estará segura.