Pero gracias. Vamos, que no hay mucho que pensar para dar con mis pocas alegrías. Una: la efímera plántula de cada fin del invierno. Otra: pasar y repasar con el mango de mi cuchara las marcas de cada dia en la pared oeste. Una más: la comida de los jueves; Dios sabe que le espero, que puedo contar las proteínas, cada grano de arroz, el agua que parece tan limpia y contra la que no tengo nada. También me hace feliz el recuerdo. Y las frases que a veces canjeo con el de la puerta; me hace feliz cuando le digo que no llore, que hay otros más infelices. Y ponerme de ejemplo.
También me hace feliz el silencio que a veces llena las tardes, y que suele romper la cháchara de los tordos; y pensar en las mujeres, mirar el jirón de estrellas que se estira tan arriba, y cuando el perro blanco pasa por la ventana, bueno, "ventana" es una generosidad, y me lame las manos con su purísimo afecto.
Odio los años que me he pasado aquí, y los que me quedan. Y cómo me va pudriendo la maldita inocencia.