viernes, 25 de abril de 2008

Emergencia, 6:14 hrs.

Melendez ha amanecido cruzado, grita desde temprano y ya ha mandado a la mierda a un par de enfermeras. El viejo es todo un energúmeno pero nos divierte con la forma violenta y procaz que tiene para poner en su sitio a tanto irresponsable que anda por acá. Anoche se empecinó en dormir con los zapatos puestos, y nadie pudo sacarlo de su decisión; esta mañana reclama que alguien le acompañe al baño y, a la espera de un auxiliar varón, rechaza a las enfermeras que se ofrecen para ayudarlo. Por fin, señala a Esteban: "¡Usted, venga a ayudarme! ¡Necesito ir al baño!". Pero Melendez no es paciente a cargo de Esteban, y además este no es muy amigo del trabajo sucio: "¡Ahorita le llamo al encargado!" retruca sin mirarlo. Pero Melendez no es tan fácil: "¡Nada de "le llamo al encargado", huevón! ¡Venga! ¡Ayúdeme que con esta vaina no puedo solo!" grita a voz en cuello señalando el largo soporte del que pende el frasco de suero que han conectado a una de sus venas. Esteban responde influido más que por las chirriantes órdenes de Melendez, por la acostumbrada desidia que ejercita cada día: "¡Ahorita voy!" exclama mientras enrumba en dirección contraria. No, Melendez, no es como los otros pacientes; lo que menos es Melendez es "paciente": "¡Venga para acá ahora! ¡No voy a aguantar más! ¿No entiende, carajo? Qué se ha creído..." grita mientras, ante el horror de todos en el pasillo, se baja el pantalón y, sin calzoncillos, procede a exhibir no sólo su voluntad de no dejarse ignorar. Vale mencionar que la sala de Emergencia es en realidad varias salas, los pasillos que las conectan, y las camas, camillas, sillas de ruedas, y banquetas sobre las que nos acomodamos los pacientes. Casi a coro, se estira un grito: "¡Esteban!!! ¡Corre!"; ninguna de las cuatro mujeres conoce a Esteban más que por el nombre, pero la perspectiva de ver a Melendez mientras se alivia culminando el arduo proceso digestivo delante de todos, les da la licencia para llamarlo por su nombre y conminarlo a trabajar. Mentando la madre entre dientes, el enfermero regresa y se hace cargo del viejo. Las mujeres, una de las cuales ha sido empujada por los gritos de Melendez fuera de la nube en la que los analgésicos la arrullaban mientras espera que le enyesen un brazo roto, desenvainan una exaltada, casi materna, vocación pedagógica, y pasan a linchar a Esteban: ¡Cómo te vas a ir así! ¡Aquí tú estás para ayudar a los pacientes! ¡Razón tenía el señor! ¡Imagínate que se haga aquí, delante de todos! ¡Y segurito que se hacía el señor! ¡Ay, Dios, qué barbaridad!...
Casi media hora después, la curiosa pareja regresa del baño. Melendez luce muy tranquilo; me sonríe al pasar, le muestro el pulgar derecho en alto y le digo "Buena, jefe". Esteban no mira a nedie, sólo intenta llevar el paso del viejo mientras rueda la antena del suero y sostiene su brazo izquierdo. Una de las señoras reinicia la tortura: "¿Ya ve? ¿Acaso usted no podía ayudar al señor? ¿Usted iba a limpiar, ah?".