viernes, 20 de febrero de 2009

Josefina y Chávez


No, Josefina no era una anciana pues cuando nos referimos así a una mujer, damos por obvio que, en relación directa con el paso del tiempo, carga más carencias que capacidades. Y ese no era el caso de Josefina. Sin embargo, la casi absoluta blancura de su bien peinado cabello, y las varias, aunque suaves, arrugas que en sus rosadas mejillas se trazaban, inclinaban hacia esa primera impresión. Pero a Josefina le bastaba hablar para espantar cualquier pensamiento que pudiera conectarla con la ancianidad o la vejez. Así, con su habitual energía, y muy directamente, recuerdo, me dijo: “¡Con ese nivel de aprobación, en Venezuela ya lo habrían sacado!” refiriéndose a las paupérrimas cifras que solían adornar al presidente Toledo entonces, y que caracterizarían casi todo su mandato. Recuerdo que en aquella tarde, la buena Josefina no logró con aquella extremosa frase sembrar en mí la idea de que el pueblo venezolano era lo suficientemente enrazado para expectorar a un presidente en mérito a su desaprobación popular; no lo llegué a creer entonces y no lo creo ahora. La historia más reciente descalifica la bravata de Josefina y el irracional coraje que atribuía a sus compatriotas. Claro, Josefina era venezolana.

Más de 5 millones de venezolanos votaron el pasado domingo en contra de que el actual presidente, el histriónico y psicopático Hugo Chávez pudiera modificar la Constitución para poder reelegirse indefinidamente. Pero un poco más de esos cinco millones votaron a favor de la voluntad de Chávez, y así hoy Venezuela se avecina a la instalación de una cúpula dinástica que apunta a atornillarse en el poder per sécula seculorum emulando orgullosamente nada menos que a Cuba, último reducto del fracaso socialista donde luego de 50 años Fidel Castro acaba de legar el poder a su hermano Raúl. Mala cosa para los venezolanos, para la región, para la democracia y, por supuesto para la paz porque Chávez, en prevención de que las cosas no sean alguna vez como su chueca voluntad lo exige, y a contracorriente de lo que el buen criterio dicta frente a una inflación que en 2008 superó bien el 30%, ha usado una buena tajada del presupuesto nacional venezolano para comprar armamento.

Si embargo, considerando que las cuentas no le cuadran hace tiempo a “el comandante” pues cada barril de petróleo cuesta hoy 100 dólares menos que el año pasado, que el 50% de los ingresos venezolanos provienen precisamente del petróleo, que el 80% de lo que Venezuela consume es importado, y que el desabastecimiento obliga ahora a los venezolanos a largas colas para comprar lo básico, el triunfalismo de Chávez es risible: se ha esforzado mucho por comprar el último boleto del “Titanic”.

Y no hay que olvidar las malas artes chavistas que el proceso electoral ha desnudado. Saltando sobre las inanes acciones de los censores internacionales, “el comandante” se cuidó de no meter la cola en los comicios y se concentró en envenenar la campaña usando los medios del Estado que tan bien mantienen todos los venezolanos, y haciendo dechado de abuso y bajeza contra opositores y medios de prensa que no lo siguen.

Pero no sólo no creo que los venezolanos se alcen contra lo que se les avecina: me opongo a que lo hagan. Vamos, Chávez, con malas prácticas, y un enorme esfuerzo por sacarle votos hasta a las piedras, ha burlado a la democracia y ha logrado dentro de los mecanismos que ésta exige una victoria para sus afanes. El pueblo ha votado a su favor, no soy nadie para descalificar la voluntad de los venezolanos aunque me parezca que a la larga va a devenir en su perjuicio; allá ellos que favorecen a un gobierno que hace rato pretende reeditar “La Noche de los Muertos Vivientes” de un socialismo que ya no cabe en la Historia, cada día más distante del socialismo moderno de Lula o Bachelet, y en el marco del más demagógico populismo. No se vaya a creer que aliento un levantamiento popular contra un presidente electo en comicios aparentemente limpios, ni contra el resultado de la consulta que se acaba de hacer sobre las enmiendas que le regalarán el país a su camarilla hasta quién sabe cuándo. Sólo creo que es una buena señal que a pesar del poder que Chávez ha demostrado, y que ha trabajado ya 10 años, una pizca menos de la mitad de los venezolanos le haya dicho “NO”. Si, como mi buena amiga Josefina vaticinaba, en Venezuela son capaces de oponerse con vehemencia a un mandatario, en el reluciente tobogán que ha tomado Chávez hacia un reinado, empieza a asomar la torcida silueta de un oxidado clavo.