viernes, 12 de marzo de 2010

Mujer policía II

Sin sospechar que nuestro encuentro no es casual, se sorprende:
- ¡Hola! Cómo está, señor –correspondo a su saludo y recibo su mano en la mía; contra mi costumbre, reflejo su marcial apretón como lo haría con un hombre. Sonríe: -¿Todo bien?
- Sí, gracias, señorita… Zevallos –leo su marbete: “V. Zevallos”. -¡Cuénteme!, cómo le ha ido …
- Ja ja ja… -me sorprende con una risa exagerada, escandalosa diría, el canto feliz de una cacatúa que sacude el aire y hace volver la cabeza a una vendedora de helados. –Estoy bien, gracias. ¿Se acuerda?, qué escándalo el que se armo, ¿no? –vuelve a reír con la misma voz aguda de ave prensora. Extrañado por su nerviosismo, interrumpo su risotada:
- ¿Y en qué quedó todo?, cuénteme…
- Bueno, usted debe haber visto las noticias, ¿no?
- ¡Claro!, ¡pero de lo que pasó, no vi nada!
- ¿Ve? Ja ja… -vuelve a lanzar al aire la insólita risa que tanta gracia le quita. –Nadie sacó nada en la TV ni en los diarios. Ya se puede imaginar lo que pasó.
- Pero…
- Bueno, igual le cayeron varias multitas… Y le guardamos el carrito –vuelve a usar diminutivos. He llegado caminando a la misma esquina del semáforo donde la vi por primera vez y renegué de ella. Luego de observarla apurando el tránsito con el suave aleteo que caracteriza su trabajo, temo estar interfiriendo, y le digo:
- No le pido que me cuente, porque usted está trabajando, pero me parece que esa muchacha tiene muchos problemas.
- Sí, es una chica con muchos problemas, como usted dice. Otro día si quiere le cuento, cuando tenga tiempo.
- ¿Cuando tenga tiempo usted o yo? –vuelve a reír, a llamar la atención de los transeúntes con este cacareo que opaca todo lo que de ella encanta: los lindos ojos, la sonrisa sencilla, el porte estirado, las frases dichas con el acento respetuoso que suelen usar los subalternos con sus superiores.
- ¡Cuando usted tenga tiempo!, yo salgo de servicio a las tres…
- ¿Sale de la sede de tránsito, en Monserrat?
- ¡Claro! Por ahí podemos tomar un cafecito… -vuelvo a admirar la tranquila seriedad que transmiten sus ojos a medio abrir, y cómo resaltan contra la desmañada risa con la que cada cierto rato salpica el aire y casi lo llena de plumas. Al despedirme, señalo su marbete y apuesto:
- ¿La “V” es de “Virginia”?
- No, de “Verónica”…

- Sólo el día anterior, un coleguita la había dejado pasar; no sé qué le habrá dicho, tal vez le habló de su padre, un político importante por aquí. Ahí yo supe que la niña no tenía brevete. Luego la busqué en Transportes, en el Touring Club y, ¿usted qué cree?, ¡nunca había tramitado su brevete! Al día siguiente me dio la oportunidad, entonces le caí –al decir “le caí”, sin levantar la cabeza ha posado suavemente su mirada sobre la mía, sonriendo. La he recordado cruzando el portón de la Dirección de Tránsito, el cabello suelto, los grandes lentes de sol, la blusa de flores y brisa, el ajustado jean, las sandalias de taco que elevándola del suelo equilibran la potente, magnética dimensión de sus caderas.
- ¿”Un coleguita la había dejado pasar” dice?, ¿quiere decir que el día anterior ya la habían detenido y la dejaron ir aun sin tener brevete?
- Sí –mueve la cabeza de arriba abajo con seriedad. –Es una pena, pero es verdad. Pero yo me gané con el pase pues… Y le puse la mira.
- Y usted, “donde pone el ojo pone la bala”…
- ¡No, no!, ja ja ja –sin verlos, puedo saber que los demás clientes del café han interrumpido sus postres y giran las cabezas alarmados por el latón que algo sacude en el aire. -Yo no sabía que al día siguiente la niña volvería a las andadas y se pasaría la luz roja y todo lo que usted ya sabe. Sólo por eso pudimos retener el auto; lo demás no daba para tanto.
- ¿No daba para tanto?, ¡pero si podría haber provocado varios accidentes!
- Claro, pero así es el reglamento. Por ejemplo “Cruzar una intersección con luz roja” es una falta tipificada como “muy grave” pero la sanción es sólo una multa de diez por ciento de una Unidad Impositiva, es decir trescientos sesenta soles más o menos, ¿entiende? –Usa la palabra “tipificada” con acierto y, en general habla con cierta corrección; me avergüenzo íntimamente de estar atento a detalles como ese y no a las demás bondades que Verónica, hija de una familia de clase media baja cuya mejor herencia ha sido la decencia, la persistencia y la responsabilidad en todo, ostenta con naturalidad.
- Pero usted tuvo que perseguirla, ella la insultó…
- Eso no tiene nada que ver, “desobedecer las indicaciones de un policía” es otra falta “muy grave” que se castiga con otros trescientos sesenta soles; “maniobras peligrosas” no es grave: ciento ochenta soles; “circular poniendo en riesgo la vida de los ocupantes y otros” es leve, es decir la multa es sólo de noventa soles…
- ¿Nada más?
- Bueno, sumando todas las multitas…
- ¿Pero no le quitan la licencia? –subrayo “licencia” para evitar el barbarismo brevete que es tan usado. Pero ella es inmune; vuelvo a odiarme:
- No, no le podemos quitar el brevete, en principio porque ¡no tiene brevete!, y, por ejemplo si tuviera, sólo se le podría suspender por seis meses, pues incurrió en “exceder el límite de velocidad”. ¿Pero sabe que todo aquello casi se vuelve contra mí?
- Lo estaba imaginando pues hizo levantar el carro sin justificación, ¿verdad?
- Exactamente. Pero yo ya me había cubierto; consultando con una colega por teléfono ya había dado con que el carro tenía una orden de captura antigua.
- Suerte…
- Sí, tuve suerte. Si no, seguramente la niña, sus abogados, no hubieran parado hasta perjudicarme, quién sabe, hasta sacarme de la policía… -sonríe con tristeza, suspira. Ha tenido la coquetería de maquillarse aunque sin exagerar; el largo cabello suelto, tan oscuro, enmarca su rostro y le da una apariencia mayor. Pienso que quizá la gorrita de jockey, los pantalones sin talle, el cabello oculto, el aguado maquillaje, las uñas recortadas, transmitían de ella algo infantil.
- No creo que le hubiera pasado nada en verdad; hoy por hoy todo se sabe, los medios andan por ahí ávidos de escándalos que involucren a los políticos, a los famosos…
- Prefiero no pensar en eso, ¿no? Una nunca sabe…

Luego de un par de horas de charla, dos cafés y un jugo de naranja, acostumbrado a las risotadas, liberado de las férulas infames de la buena dicción, la sindéresis, la concordancia entre género y número, y la maldición gitana de creerme guardián de la lengua, en verdad encantado de Verónica (no se topa uno con tanta corrección y sencillez todos los días), me despido:
- Bueno le deseo, perdón, te deseo la mejor de las suertes –hemos convenido en tutearnos…
- Hasta el próximo cafecito, ¿no?
- Cuando quieras. Aunque… -trato de adularla, de reconocer su inusual valía: -mejor no; creo que si vuelvo a verte, me voy a enamorar… -tras un silencio en el que sus lindos ojos dormilones destellan brevemente, la cacatúa feliz de su risa vuelve a alzar vuelo sobre nuestras cabezas.