miércoles, 21 de mayo de 2008

Diálogos Infames II

- Hasta su casa fui, hermano. Su puerta he tocado, qué crees, He visto a la vieja, la he saludado, todo... Amable fue la señora; me habló. Todo normal, hermano. ¡Hasta se rió! No me acuerdo de qué pero ¡se rió conmigo la doña! Buena gente parecía... Todo normal, hermano -Cristina se llamaba la enfermera que, encerrando mi camilla tras un par de biombos, me había regalado la curiosa oportunidad de escuchar, silencioso, invisible entre esas ligeras paredes de tela enmarcada y la fría pared de uno de los pasillos, diálogos como éste a sólo unos centímetros de los interlocutores. Esta mañana son dos auxiliares:
- ¡Tanta vaina por un culo, compadre!... -el "hermano" es bastante directo, no se anda por las ramas, traduce la incursión del más joven en términos menos, digamos, gentiles -¡Cómo va a ser pues, compadrito, que a usted le hagan eso!... -finge un impaciente reproche, se burla; intuyo que me he perdido parte de la conversación.
- ¡Simpática es ella, hermano! No me jodas... ¡Simpatica es! -suplica el otro tratando de tomar distancia de la anatómica, concreta motivación que su "hermano" acaba de sacudir impúdicamente en sus oídos.
- ¿Simpatíca? ¡No me jodas, compadre! ¡Si por el culo estás tú ahí! -ríe franca, cínicamente el "hermano". En sus palabras se revela su origen norteño; canta las frases con la huella de un acento que quizá es de Lambayeque. El compadre cede, habla con resentimiento, apenado:
- Si hasta su casa he ido, hermano. Como enamorado, carajo... Y después me sale con que a su vieja "no le parece", que piensa que soy casado, que ella es chiquilla y que soy muy mayor para ella... -descubro la parte de la conversación que creí perdida, y que el idioma no es precisamente objeto de culto por aquí; recuerdo haber escuchado decir a un médico que un paciente estaba muy mejor. El hermano sigue, frontal:
- ¡Mándala a la mierda! Si ella quiere salir contigo, ¡que se agarre bien pues del burro! -se revela ahora que no sólo es norteño sino del campo, montuno. -Bien grandecita está para venir con que a su vieja "no le parece" -remeda la voz de una niña, menea la cabeza, ríe entre frases -¿Que fuiste a conocer a su vieja?, ¡ya pues!... Al final -la risa lo interrumpe, -al final, ja ja, tú lo que quieres es ¡comértela!, ja ja ja... ¡Tú quieres el culo! ¿Sí o no? Ja ja ja... ¿Sí o no? ¿Ah? -sin poder evitar reírse de sí, y del descarado lenguaje de su "hermano", el compadre guarda silencio. De pronto parece caer en la red de unos recuerdos; evoca quizá la forma suave, exacta con que ella mueve las pequeñas manos, la mirada que suelta un ave alocada en su pecho, las sonrisas que suelen ofrecerse, y siente que algo vuelve a su alma y se agita y lo pone en el otro extremo del péndulo:
- No, no es tanto así, hermano. De veras. Ella es bacán, hemos hablado harto, hermano. ¿No me crees? Nos llevamos bien... ¡De veras!... ¡Y ya para de reírte pues, hermano! Ella me gusta, nos llevamos bien. Ella me cuenta sus cosas. Te juro, compadre... -en un breve silencio, vuelve el rencor: -Vieja de mierda, ahí... -la risa del hermano vuelve y transforma la frustración, la incertidumbre en un chiste. Ríen los dos, se alejan. Mala mañana para el amor pienso. Desde mi escondite escucho el rítmico tintinear de frascos que anuncia al carrito de las curaciones.