jueves, 19 de junio de 2008

"Corazón" y "cálculo"

Afrontamos los retos, las consuetudinarias responsabilidades, las tareas, desde uno de dos recursos a los que llamo “corazón” y “cálculo”. Dos fuerzas que, en tanto antagónicas, de naturaleza opuesta, le dan estilos distintos a nuestra forma de salir al frente de los desafíos que la vida suele ponernos. Estas fuerzas opuestas son además, paradójicamente, complementarias; indispensables ambas, juntas.

Tenemos “corazón” cuando enfrentamos las tareas con entusiasmo, con ímpetu, apasionadamente, cuando nos atrevemos. El “corazón” está referido a los impulsos, a la adrenalina, a la acción que requerimos para asumir una tarea planeada, un trabajo, con ganas; un reto con el impulso que nos asegura el éxito. En él nace la impulsividad, el primer golpe que inicia una pelea, la arrebatada desidia que termina en un embarazo no deseado, el portazo que inaugura una independencia, el discurso incendiario que encumbra a un líder, la ofensa que no se quiso decir, y buena parte de los suicidios. El “corazón” (también suelo llamarle “las tripas”) tiene que ver con lo inmediato, lo visceral, lo físico, con la energía, y con lo subjetivo; con los buenos presentimientos, con la esperanza, con “perder la cabeza”, con el movimiento, con el optimismo, con el “sí se puede”, con la espontaneidad, la creatividad, con la actitud mental positiva y terca que todos requerimos para enfrentar cualquier tarea como un desafío a nuestra capacidad, y para triunfar. El “corazón” nos manda a la batalla armados con el indispensable coraje, con entusiasmo (que, no en vano la lista de sinónimos de Word equipara con “locura”). Sin corazón no hay éxito. No lo olvide el generoso lector.

En el otro extremo está el “cálculo”, es decir el pensamiento, la reflexión, la medición, indispensable también para estimar la forma de llevar adelante un determinado trabajo. El “cálculo”, en lugar del calor del elástico músculo se asienta sobre la frialdad del inerte cerebro, y nos permite sopesar nuestras capacidades y posibilidades. El cálculo es objetivo, no sueña, no improvisa, sólo tiene en cuenta las evidencias, lo tangible, lo real. Por el “cálculo” planeamos, nos organizamos, numeramos los pasos, definimos las etapas, nombramos comisiones, prevemos, preparamos. Pero en el “cálculo” también se quedan los planes que nunca se realizan, las confesiones, declaraciones, que no se llegan a escuchar; los sueños que no se concretan, el reto que no se asume, el miedo para dar el gran salto, las palabras que podrían cambiar una vida y no llegan a hacerlo. Por el “cálculo” nos asomamos a nuestra real dimensión, calculamos la medida de nuestras potencias, podemos vislumbrar cómo nos irá frente a una responsabilidad, al asumir una determinada tarea, tiene que ver más con ser metódico, dedicado. El “cálculo” nos manda a la batalla con un plan. No es posible el éxito sin cálculo, Tampoco olvide esto el amable lector.

Mientras el “corazón” nos hace creer que somos capaces de triunfar prácticamente en todo, el “cálculo” es el aguafiestas que nos mantiene en la tierra, y nos obliga a diseñar una estrategia tomando tanto en cuenta nuestras destrezas como nuestras carencias. Cuando el “cálculo”, con sus mediciones y planes, nos asegura el triunfo, puede el “corazón” ponernos en el alma algo, una sensación aérea, fantasmal, un barrunte que nos sopla al oído, la duda, el miedo, y obrar el mismo efecto.

Un equipo de fútbol (para estar a tono con el momento) que sale a la cancha sólo con “corazón”, seguramente será arrollado por no poder conservar la cabeza fría, por no poder plantear el partido, por carecer de estrategia. Y aquel que juegue sin atrevimiento, sin entusiasmo, sólo calculando movimientos en la cancha, tratando de conservar un determinado esquema, está condenado a perder si le falta el impulso, las ganas.

Algunos nos definimos mejor desde el “corazón”, somos más entusiastas que calculadores, y otros podemos ser de hecho más lógicos que entusiastas. Si embargo, para todos, el éxito sólo es posible si usamos combinadamente estas dos poderosas fuerzas: el “corazón” (me gusta más “tripas” pero no suena tan bien) y el “cálculo”.