viernes, 22 de mayo de 2009

Giuliana

Me piden que escriba sobre Giuliana Llamoja, la chica de 22 años que ayer, al cumplirse un tercio de la condena de 12 años que le impuso la justicia peruana por el homicidio de su madre, salió en libertad. Y me lo piden porque en el momento del crimen, en marzo de 2005, en los círculos de amigos e interesados, me atreví a exponer mis modestas reflexiones y a señalar que tanto su madre como ella eran sólo las víctimas de una sucesión de eventos desafortunados en los que desgraciadamente la responsabilidad mayor recaía, y recae aún, en el padre de Giuliana.

Si embargo, debo confesar que sólo ayer tomé la decisión de ponerle tiempo al caso y compartir con los generosos lectores mis ideas al respecto, pues en el marco de la cobertura que los medios le dieron toda esta semana, pude escuchar a la propia Giuliana decir que “no necesita tratamiento psicológico”. Claro, se trataba de frases que ella hizo en el transcurso de su condena y seguramente bajo la presión mediática, pero igual sirve como índice para conocer aunque fuera superficialmente, su punto de vista.

Antes de seguir, quisiera decir que lo siento, Giuliana, pero SÍ requieres tratamiento psicológico, y con la misma urgencia como lo necesitan tu padre y tu hermano, y específicamente para tratar las implicancias de la muerte de tu madre, producto de las heridas que tú le inferiste con un cuchillo de cocina. Admito que estas son palabras fuertes a las que no estoy muy habituado, y menos aun al estilo fiscal que dejan en el aire, pero es como hoy transmito mi opinión. Porque además soy un convencido de que la negación de los problemas, ignorarlos, aunque fuera bajo el errado criterio de que “ya ha habido bastante dolor” o simplemente el manido “ya pasó y es mejor olvidarlo”, es sólo una forma de perpetuar su influencia en nuestras vidas. Eventos tan agudos y penosos deben ser examinados con determinación como cuando se trata una herida que se infecta y, de hecho dolorosamente, se la limpia y ventila para que no siga infectada e infectando.

Creo que Giuliana sólo es el obvio referente de una pésima relación familiar, y que el asesinato de su mamá, que me tomo la libertad de suponer “involuntario” sobre la base de las investigaciones forenses que concluyeron que sólo el corte en una arteria principal, entre los 65 golpes de cuchillo que recibió por parte de su hija, le quitó la vida, es sólo un evento en ese contexto; dicho en otras palabras, el fallecimiento de la señora no es, en término relacionales, lo más importante que a la chueca interacción de la familia Llamoja le ha pasado. Lo más importante es el cariz que el padre de Giuliana impuso a la dinámica familiar, que permitió la instalación de un consuetudinario enfrentamiento entre la madre y la hija; enfrentamiento que desgraciadamente terminó en la muerte de aquella.

Los padres, es decir padres y madres, estamos, entre otras cosas, en el mundo, para hacerles conocer a nuestros hijos los límites y los alcances que sus relaciones con los otros. Si fallamos en esa tarea, les heredamos una profunda confusión que eventualmente los hace sujetos de desgracias y sinsabores. Por ejemplo, si una madre permite que su hijo de 5 años duerma entre ella y su esposo, le está trasmitiendo a aquel un mensaje confuso de encontrarse en competencia con este por un lugar al lado de mamá. Y así, si el esposo -que puede o no ser el padre del niño- no reacciona y corrige el gesto, configura otras confusiones, y coopera en sembrar el germen de graves dificultades relacionales en el niño. En esta tarea de irles orientando sobre sus relaciones con los demás, es decir con el mundo, los padres cumplimos, o debemos cumplir a cabalidad el rol de establecer los límites de las relaciones que nuestros hijos pueden tener con nosotros mismos.

Si el esposo de la madre del ejemplo, no ejerce la interdicción, es decir la prohibición del niño de compartir la cama con su mamá, abre pues el espacio, en la fantasía del niño, para un “romance” entre ellos y una competencia por el amor de mamá -esta fórmula resume el Complejo de Edipo con el que Freud explicara una importante fase del desarrollo psicosexual de los niños-. Y así ocurrirá con todos los demás derechos que a los hijos o hijas les concedamos. Otro ejemplo: si las hijas pueden besar al padre en la boca, o los hijos a la madre, les estamos cediendo un derecho que sólo los padres entre ellos se tienen, y, claro propiciando la confusión y la competencia que de hecho tarde o temprano terminan mal.

No quiero decir que familias que promueven, por ignorancia o por la influencia de sus propias historias, la confusión en los roles de padres e hijos culminan necesariamente estos gestos en un crimen. No, repito que en el caso de Giuliana, hubo una sucesión de eventos desafortunados, entre los cuales es imposible establecer una jerarquía. Los hijos e hijas confundidas a los que nos referimos, en un contexto más normal, sin violencia familiar, desarrollarán, entre otras, relaciones de pareja marcadas por esta forma de vincularse en la infancia y, podrían tener dificultades. Pero no van a matar necesariamente a nadie.

El padre de Giuliana Llamoja, connotado miembro del Poder Judicial cuando ocurrió el crimen, esquivó la responsabilidad de mantener a su esposa en un nivel afectivo distinto al de su hija. De otra manera no se explica la pésima relación que ambas mantenían. De alguna forma él, por omisión o acción, propició la competencia, el “triángulo amoroso”, el fatal vínculo de amor y odio que acabó como sabemos. Claro, la difunta señora es responsable de no haber reclamado su lugar, o de haber permanecido compartiendo aquel enrarecido y tenso medio cuando su reclamo, si lo hubo, no fue atendido. En este puntual caso, en el que la pobreza material y la ignorancia no se mezclan con la violencia familiar para configurar un contexto en el que la muerte de un miembro de la familia a manos de otro es más, digamos comprensible, la responsabilidad de los padres es absolutamente mayor.

La lección que Giuliana Llamoja deja con su historia, no se agota. Que la libertad le sea propicia esta vez.