viernes, 3 de julio de 2009

Crónica de un desencuentro

- "Aquella mañana, luego de esperar un cuarto de hora en el paradero, se decidió a tomar un taxi para no llegar tarde a su oficina y, a la vez alcanzar a cruzar la calle en el momento preciso para recibir un balazo en el medio de la frente; la hora de morir no es sólo impostergable sino exacta hasta la impertinencia...".
- Esa frase es muy buena, oiga. Pero...
- Señor García, por favor, ¡por favor!, ¡no estoy leyendo para que usted me corrija!... Por favor. Se trata del título, ¿recuerda?, de mi título, señor García.
- No es su título, amigo. Déjeme decirle...
- No, por favor, señor García. Usted me pidió que le diga en qué basaba el título de mi cuento, mi título, ¿verdad? ¡Pues ahora estoy tratando de hacerlo!, ¿me permite?
- Ahora creo que fue un error pedírselo pero... Bueno; estoy pensando en la cuenta de teléfono que usted va a tener que pagar, amigo mío...
- No se preocupe, yo sé que dentro de algún tiempo todo esto va a quedar como una anécdota entre nosotros, como una circunstancia singular, ¿me entiende, señor García?
- Claro, pero...
- Se trata de mi título, señor García; yo le puse ese título a este cuento hace más de un año. Y creo que usted, con todo el respeto que se merece ¡no puede usarlo así no más! Por favor, señor García...
- Bueno, siga usted que todo esto me está resultando francamente curioso, amigo.
- Esa me parece una mejor actitud, señor García. Como le decía, este cuento mío, este relato, uno de los más logrados que, modestamente, tengo, requiere el título que le puse, ¿me entiende? No hay otra alternativa, posibilidad u opción, ¿me entiende, señor García?...
- Le entiendo pero...
- Pero qué, señor García, pero qué...
-Como ya le he dicho varias veces desde que empezamos esta comunicación que a usted le parece que va a quedar entre nosotros como anécdota pero a mí no, mi novela se encuentra en este momento en la etapa comercial, ¡en la etapa comercial…!, ¿me entiende ahora usted a mí? ¡Y ya lleva ese título que usted me pide olvidar a favor de un cuento suyo que, con todo respeto, aún permanece en sus gavetas, amigo!
- Señor García, por favor, tengo entendido que su novela no ha sido presentada aún. ¡No-ha-si-do-pre-sen-ta-da! Eso quiere decir que todavía se le puede hacer cambios, modificaciones o enmiendas que es lo mismo, ¿verdad? Dígame si miento, por favor. Yo sé que usted, señor García...
- No, querido amigo, usted no miente, lo que ocurre es que no sabe, ignora, ¡que no es nada malo, por supuesto! Dígame, sinceramente, ¿ha publicado alguna vez un cuento suyo o un volumen con sus mejores cuentos, amigo?
- No, hasta el momento, señor García, pero...
- Espere un momento, amigo mío, y déjeme explicarle. La presentación de un libro es una ceremonia, un asunto social, protocolar, que bien puede no celebrarse; ¡podríamos obviarla y poner la novela a la venta sin más! Es un asunto que depende de mis editores. La verdad, yo no soy adepto a tanto aparato, pero a ellos les parece...
- Mmm... “adepto” es una interesante palabra. Bueno, señor García...
- Espere, buen amigo. Yo puedo comprender su ansiedad por el título de su cuento, pero si decidiera quitárselo a mi novela, cosa que no voy a hacer, de ello resultaría un enredo del carajo pues la impresión ya ha sido hecha como tal; miles de ejemplares llevan ese título en las portadas, en las páginas interiores... ¿entiende? Además, ya ha sido registrada ante las autoridades de mi país con ese título.
- ¡Pero usted no puede hacerme esto, señor García!, ¿no comprende?, Mi cuento, mi narración o historia, como quiera, ¡reclama ese título!, ¡no puede llevar otro!
- Entienda, por favor, amigo...
- ¡No entiendo nada!, ¡yo le puse primero ese mismo nombre a mi cuento!, ¡ese es mi título!, ¡mi título!
- ¡Qué carajo, hombre! ¡Como a los hijos que uno suelta en el mundo, uno pone a lo que escribe el nombre que le da la gana! ¡Lo siento si a usted no le viene bien, pero mi novela fue, digamos, bautizada con ese título y así se queda! Además, permítame decirle que un hijo no es bueno porque usted le puso “Ángel” o “Jesús”. No quisiera ser muy duro, amigo mío, pero la calidad de un escrito no está en el nombre que lleva, ¿me entiende?
- O sea que mi cuento es malo...
- No, no, yo no he querido decir eso, amigo, es mas: ni siquiera conozco el relato completo, sólo unas líneas que me han inspirado los elogios que usted ya escuchó. Pero creo que usted debería poner más atención a la calidad de lo que escribe que al título. Sí, claro, un buen título debe complementar un buen cuento, pero ¡no es lo más importante! Tenga por seguro que si su cuento es bueno, triunfará de todas maneras, amigo, independientemente del nombre que le ponga, ¿me entiende?
- "Mi novela fue bautizada con ese título" es una fórmula, un artificio, una argucia, señor García; las novelas no son bautizadas con un determinado título, usted lo sabe, hágame el favor...
- Es una forma que yo tengo de decir las cosas. ¡Y usted no me puede venir con que "yo le puse primero ese título a mi cuento" ni sandeces de ese tipo! ¡Lo siento pero usted no quiere entender!... Mi novela se queda con ese título, amigo...
- No somos amigos, señor.García.
- Y siento que sea así. Igual no puedo servirlo, y creo que esta conversación termina acá, ¿verdad?
- Yo...
- Hagamos algo: qué tal si usted me hace llegar, no sé, un número de sus mejores cuentos y, de acuerdo con... digamos, hombre... su peso, su valía, su corrección, yo podría presentarlos a mis editores. ¡No le aseguro nada, claro! pero... Bueno, no sé... no quisiera que...
- Esta bien señor García, no se preocupe más, le agradezco su amabilidad pero... ese título, señor García, es perfecto... Hasta he soñado un premio para el cuento, fíjese, me veo recibiendo un diploma o algo así. Siempre me plació...
- ¿Siempre le qué?
- Me plació, señor García, o “plugo”, del verbo “placer”, que no se conjuga como “hacer”, ¡usted sabe, claro! ¡Cómo no!: “me satisfizo”, “me contentó”, me plació haberlo escogido tan acertado, tan perfecto... ¡Si me permite, le leo otro párrafo!...
- No, gracias. Ya he notado que alguna calidad tiene, sería mezquino negarlo, y lo felicito, amigo. Pero, como ya le dije, no podré hacer el cambio que usted me pide... Y ya no puedo ofrecerle más. Dejémoslo ahí. Lo siento...
- Yo también lo siento, señor García...
- Vamos, piense en otro título, seguro habrá otro por ahí que corresponda con su obra, ¡usted puede hallarlo, hombre!
- La perfección, señor García, dicen, sólo tiene una forma. Creo que ese cuento mío no podrá llevar más que ese título; es realmente perfecto. De todas maneras, gracias señor García...
- Yo quisiera poder darle una mayor ayuda, amigo, pero mi novela, a la que desafortunadamente he puesto “Crónica de una Muerte Anunciada”, como usted ha puesto a un cuento de los suyos, se queda así. Lo siento, y espero noticias de usted, mi amigo. Que tenga suerte. Adiós.
- Adiós, señor García...

-¿Y siempre le dijiste “García”?, ¿no te reclamó?, ¿no te dijo nada? -le pregunto sin salir del asombro que aquella increíble historia había despertado en mí. Luego de un silencio, me mira con pena y admite:
-Ahora creo que esa fue una gran falta de respeto. Pero es una técnica ¿sabes? ¿Recuerdas cuando durante las elecciones del 90 debatieron Fujimori y Mario Vargas Llosa?, Fujimori lo trató siempre de “Señor Vargas” a sabiendas que era conocido y reconocido como “Vargas Llosa”. Se supone que recortarte el nombre como que te disminuye; es una forma de agresión velada, un ardid de mala factura. Pasados tantos años, creo que eso estuvo muy mal… Creo que fui patético.
-¿Y cómo conseguiste el teléfono del Nóbel?- le pregunté todavía maravillado.
-No me lo vas a creer -una carcajada lo interrumpe… -Entonces yo tenía una amiga en la embajada sueca, ja ja ja... Qué buena…