jueves, 4 de septiembre de 2008

Escalofrío


Billy olisquea obsesivamente el pasto; centímetro a centímetro examina los muchos rastros que sus congéneres suelen dejar en el parque. Es una tarde gris, ventosa, triste. Camila viene corriendo hacia mí, no veo a su nana. Camila es una niña muy linda, a la que peinan con dos colitas y visten siempre con pantalones a cuadritos de colores muy vivos; debe tener unos 5 años. Billy la reconoce y sigue con su pesquiza olfativa. La niña me hace señas para que me acerque a ella. En cuclillas, la escucho susurrar entre jadeos: "Señor, detrás de ese árbol hay un duende...". Noto que tiene la frente asperjada de transpiración y está muy pálida; con la vista vuelvo a buscar a la nana. Le respondo a Camila con otro susurro: "¿Detrás de cuál arbol, hijita?"

Detrás del añoso, retorcido tronco de olivo que Camila me ha señalado, encuentro a dos niños que tumbados en el pasto, torturan a un gran escarabajo rinoceronte con sendas ramitas; el insecto yace boca arriba pataleando. Intervengo para liberar al coleóptero, recordando mi lejana infancia de sadismo entomológico, mariposas crucificadas con alfileres, escarabajos engrilletados con hilo para ser paseados como juguetes volantes, y mariquitas confundidas en la prisión de un frasco de cristal. Los niños no oponen resistencia y me dejan llevar al bicho hasta un cercano bambú. Mientras me alejo unos pasos, me parece notar que ambos cojean. De pronto, Billy empieza a ladrar con furia hacia algo detrás del viejo olivo. Temiendo que vaya a morder a uno de los niños, corro a ver qué o quién le hace reaccionar con tanto recelo. Camila permanece inmóvil detrás del perro, en sus grandes ojos el miedo destella.

Detrás del reseco arbol, curiosamente no encuentro a nadie. Miro a mi alrededor y pienso que aquellos niños no han podido correr tan rápido. Caigo entonces en la cuenta de que en el parque sólo estamos los tres: Camila, Billy y yo. Le miento la madre a la nana ausente. El viento ha cesado de pronto.

"¡¿Dónde están los niños, Camila?!" pregunto al borde de la carcajada histérica. "Ahí" murmura ella señalando arriba; contra el cielo gris puedo ver a dos enormes escarabajos que zumban su motorizado vuelo y se elevan ya por encima del momificado olivo. Siento que el pelo que aún conservo en la nuca se electriza; con una mezcla de reverencia y miedo dejo al otro bicho en el suelo. De inmediato abre los lustrosos élitros, estira el áspero rumor de su aleteo, y se eleva para seguir a sus congéneres. Las miradas de Camila y Billy me dicen que esperan una explicación.

En un lejano balcón, el viento mece un móvil; su tintineo de cristal me trae de vuelta. Descubro a la nana de Canula que, recostada en una palmera charla con una mujer que retiene por el collar a un pastor alemán. Camila toma mi mano mientras caminamos hacia ella. Es la primera vez escucho aullar a Billy.