jueves, 11 de septiembre de 2008

La Doña de los Perros

Desde lejos, puedo escuchar a aquella mujer vociferando en la calle, hablándole a los perros con los que se suele acompañar. ¡Alto!, que este inicio no haga suponer al lector que la señora es una loca maltrajeada y sucia que deambula rodeada de canes, hablando para sí y para ellos, forcejeando en la trampa de la locura; un personaje de cuento. No, la doña es, por el contrario, una mujer menuda y enérgica que viste limpia y sencillamente, usa anteojos de marco dorado, el cabello teñido de castaño claro, y parece llevar bien sus sesenta y tantos años. Suele pasear sus días llenando las calles de mi barrio con sus perros y la repetición de frases como: “¡Qué piensas, Cuqui! ¿Acaso vas a orinar ahí?” o “¡Pelusa! ¡Te he dicho que vengas! ¿Que no me escuchas, desobediente?”, atrapada obviamente en la órbita de algo que en algún punto toca el delirio y puede confundirse con él, pero no lo es.

Alguna vez nos hemos cruzado y saludado con amabilidad, casi siempre cuando vamos o venimos de la panadería o la bodega. En esas ocasiones, la delgada mujer sonríe brevemente con cierta timidez para, acto seguido, garabatear el aire con alguna de sus curiosas directivas, llamando siempre al orden a uno de sus engreídos. Los perros, tres o cuatro, de corriente husmean impávidos la hierba de los jardines, buscando los mil rastros que sus congéneres suelen dejar, los mil mensajes que su agudo olfato descifra a cada paso. En aquellas ocasiones, he caído en la tentación de inventar una historia en la que la impaciente dama de los perros encaja.

Entonces, la imagino viviendo sola, algo francamente obvio si considero que en los últimos 4 años, no he tenido la suerte de verla en otra compañía que no fuera la de sus canes, quiero decir sin compañía humana alguna -lo que de alguna manera le asegura la desventaja de no tener contacto cotidiano con otra mentalidad, con otro parecer, con la posibilidad de la controversia, del contraste de pensamientos, y, claro, la ventaja de… bueno, de lo mismo-. Entonces la señora me sirve para ensayar reflexiones sobre la soledad, sobre sus ventajas e inconvenientes, sobre sus efectos, sobre las personalidades que no se pueden desenvolver normalmente compartiendo con otros, en el seno de una familia, un grupo social, etc. Y me animo a especular que la soledad que ella llena con la compañía de sus perros, a los cuales habla no sólo como si le entendieran sino como si pudieran responderle, ha de ser un espacio interesante. Imagino además que ella vive gracias a una renta decorosa que le permite la comodidad de mantener un departamento y los servicios esenciales: limpieza, cocina, lavandería, etc. Estoy casi seguro que si estuvo casada, fue por muy poco. Además especulo que no pudo tener hijos, o que quizá tuvo uno que vive en el extranjero y cumple con ella manteniendo una fluida comunicación electrónica, los previsibles saludos de cumpleaños y por Navidad, y el envío de una propina de vez en cuando.

De corriente, las personas que gustan de tener perro, y que se encariñan con él al punto de educarlo y mantenerlo dentro de su casa, y no aislado en una azotea o en un balcón -motivando que el poco contacto con la gente lo torne desconfiado y agresivo-, y darle los cuidados correspondientes, suelen revelar en la relación que establecen con sus mascotas tanto sus bienes como sus carencias emocionales. Así, se me hace claro que la doña de los perros ha de ser una persona de buenos sentimientos, capaz no sólo de cuidar bien a un ser inferior sino de hacerlo con dedicación y afecto (los perros de la doña lucen saludables, limpios, tranquilos). Pero asimismo se revela que es una persona cuyo exagerado afán de control, sólo comparable con su impaciencia, han de hacerla poco recomendable como compañía, por no decir insufrible para cualquier otro ser humano, es decir alguien con más horizonte que un perro. Y que con seguridad ésa es la razón de la soledad que resuelve rodeándose de perros. ¿Si es una persona feliz? Es probable, pues la felicidad no está reñida con la soledad, como lo demuestran las muchas familias que se debaten permanentemente en el enfrentamiento y la tristeza. ¿Si son felices los perros? Vamos, que es poco lo que los cánidos reclaman para sentirse bien, a saber: comida, agua, abrigo, contacto. Y, según veo, la incansable cantaleta con que la buena señora pretende ejercer algún control sobre ellos, no le resta al bienestar que les provee. No es fácil encontrar un grupo tan feliz como ese.