viernes, 13 de marzo de 2009

La Postura del Guerrero

Cuando la vida nos golpea y cae sobre nosotros con malas sorpresas que nos desconciertan y duelen, levantarnos exige que adoptemos la Postura del Guerrero, es decir la actitud de fría calma, cálculo, y dureza que enciende las potencias necesarias para dar la batalla y vencer. A pesar de su denominación, no se trata de una actitud que implique violencia alguna sino, por el contrario un uso racionalizado de la energía, de manera que sirva eficazmente al Guerrero para dar la lucha y resurgir.

El Guerrero duerme poco y, al levantarse cada mañana implementa un sencillo método de fortalecimiento mental: ora con humildad, agradece la llegada de un nuevo día, la cuota de salud que le permite dirigirse a la batalla, y el bienestar de los suyos. Ofrece su esfuerzo del día, el buen resultado que puedan tener sus incursiones y la enseñanza que le podrían dejar un mal resultado. Sólo pide buen pulso y claridad de pensamiento para cuando sea necesario. El Guerrero mantiene este ritual y lo hace hábito porque en él radica en buena parte su desempeño en la batalla.

El Guerrero tiene un plan para cada día. Sabe que un plan ayuda a concentrar la energía y a ordenar las ideas, sabe que sin un plan, hasta lavarse los dientes puede resultar una empresa absolutamente ineficiente, inútil. Cuenta además con medidas alternas por si su plan no puede llevarse a cabo según lo previsto. El Guerrero está conciente de que los imprevistos son posibles, y que para ello debe estar preparado.

El Guerrero toma buenos alimentos y agua, no come en exceso ni bebe alcohol. Sabiendo que la batalla puede reducir su claridad, toma decisiones con cautela y, como lo hace con el tiempo y la energía, distribuye con orden y mesura sus pocas o muchas monedas.

El Guerrero sabe que dentro de él habita una fuerza mayor a la que los demás -e incluso él mismo-, pueden percibir cada día, por ello acepta que no merece compasión alguna, y menos aun aquella que él mismo pudiera inspirarse; evita los sentimientos de autocompasión. Desprecia la imagen del mártir; sabe que las actitudes luctuosas y tristes no tienen destino pues están ancladas en el pasado, y que los mártires son tales no tanto por su sacrificio sino porque están muertos. Asimismo, El Guerrero emula a los héroes pues sabe que estos se deben al valor que enciende sus corazones y mueve sus pensamientos, y al amor que tienen a su propia vida, pues sin esta, nada podrán hacer por la vida de los que son más débiles que él.

El Guerrero comprende que su temor y desazón no son más que el sufrimiento de otros muchos que además no cuentan con la fortaleza y el aplomo que a él le permiten seguir avanzando en el campo de batalla y enfrentándose sin tregua.

El Guerrero se convence cada día que no es sólo su valor y sus fortalezas las que le darán la victoria final sino sobre todo la insistencia que ponga en seguir luchando a pesar de las caídas que en el campo de batalla pudiera tener. El Guerrero sabe que siempre puede dar más, desprecia los pensamientos de hastío, desidia y desaliento, y acepta la alegría que otros pueden ofrecerle en el camino.

El Guerrero descansa sin excesos, reposa para volver a la batalla, y procura dormir de corrido. Antes de entregarse al sueño, inventa los buenos momentos del día siguiente, proyecta sus movimientos, prevé las situaciones que podrían sorprenderlo, y se dice que el día que viene será mejor. Sabe bien el Guerrero que los pensamientos son un flujo constante que sólo otros guerreros, entrenados, pueden represar. Por ello, no intenta ahuyentar los pensamientos dolorosos, las preocupaciones: sobre ellos pone ideas mejores, imágenes positivas y buenos recuerdos, evoca el día mejor que le espera, libre de angustias, armonioso, relajado. Y así hasta que el sueño lo tome en sus brazos.