viernes, 5 de junio de 2009

Libre

La vida en un penal suele ser de lo más aburrida -me dijo sin dejar de observar el paso de los demás internos que iban y venían a la espera de sus visitas. -Yo tuve suerte ¿sabe? Porque una vez una vieja me denunció por violación. Pero no es por “violín” que estoy aquí, ¡sino ya me hubieran pasado por las armas, como se dice! Ja ja ja… -ríe de buen grado tirando muy atrás la cabeza, puedo ver que le quedan pocas muelas, que una pátina blanca tapiza su lengua. -Pero no me detuvieron porque la chica habló con los policías y les dijo llorando que yo no la había tocado sino que su mamá no me quería, y que por eso trataba de perjudicarme -hace un silencio, mira el suelo. -Estoy aquí por, como dicen, “robo agravado”, es decir que yo “cuadraba” borrachos, los bolsiqueaba por Alfonso Ugarte, la Plaza Castilla... Y un día no faltó uno que se envalentonó, claro, se puso macho por el trago, y lo corté. Yo nunca había tajado a nadie, ¿no ve que todos con una buena puteada, y enseñándoles bien la punta en la cara soltaban la poca plata que les quedaba? Pero este sabía algo más; según supe había sido policía. Y me guardaron. De eso hace 7 años -aunque la impavidez de su expresión se mantiene, de pronto su mirada se ha anegado, -7 años que me los he pasado aquí, aburrido, sin tener nada que hacer. Cada dos semanas viene un hermano mío a visitarme; él es el único que siempre ha cumplido con venir. Mi mujer, hasta que se murió, también venía, traía a mis hijas. Hasta que un día me harté y le dije que no, que no siguiera viniendo, que se fuera con otro, que se fuera del país, que se llevara a las niñas que estaban chiquitas y que pronto me olvidarían, que ella también se olvidara de mí… Y ella me hizo caso, ¡rapidito! Ja ja ja… -vuelve a reír tirando la cabeza hacia atrás. -Pero se murió la muy cojuda… la mató un camión. Mis hijas están con mi mamá. Ya están grandes… tienen 9 y 14 -vuelve al silencio, su mirada se dirige a los espirales erizados que coronan los muros del penal. -Alguien le dijo a mi hermano que mi mujer se lanzó al paso del camión, que quiso matarse, que lloraba mucho de tenerme en la canasta, que desde que dejó de venir se abandonó y empezó a disolverse, a deshacerse de a pocos, como si respirar cada día le robara la vida -de repente me mira de frente y alza un poco la voz: -Hay un interno nuevo en el pabellón ¿sabe? Un señor que parece respetable, que cada semana se cambia porque le traen ropa, y le paga a Fruko para que nadie se le acerque. Tiene plata para comprar todo lo que hay que comprar por acá, especialmente protección. Ha comprado un buen sitio; duerme solo. Cada miércoles su visita cumple con pagarle a Fruko. Sólo tiene un mes por acá, vamos a ver cuánto le dura. Lo digo porque antes ya he visto a un magnate así, del que un mal día su familia se cansó y lo abandonó, y los que eran sus matones quisieron cobrarle de todas maneras. El tipo quedo casi muerto. Según dicen, en el hospital su familia comprendió que él ya no podía volver, y pagó lo que no había querido pagar antes, pero para que se fugara. Conozco a un compadre suyo que está también por acá, por eso sé que ahora, cojo y tuerto como quedó, vive en Guayaquil y tiene negocios -la tarde transcurre en paz; contra los que muchos creen afuera, este penal ya no es tanto el pedazo de infierno que se supone, en el que los internos se enfrentan a muerte todo el tiempo, claro, tampoco es un club. -¿Sabe?, aprovechando que usted ha venido quisiera pedirle un favor. Como ya se habrá dado cuenta, estoy francamente aburrido por acá; la verdad, estoy harto. Y ya no aguanto el aburrimiento. Como usted sabe bien, mi causa no tiene buen horizonte: el abogado se ha olvidado de mí, mi familia ya casi no viene, no tengo nada aquí ni afuera, no tengo sentencia ni la tendré quién sabe hasta cuándo… Bueno, el hecho es que no me gusta dramatizar ni las mariconadas, pero le cuento que esta es la última conversación que tendremos -su mirada parece perdida en una distancia que sólo se extiende en la libertad de alma. -Yo no soy de los que hablan por hablar, y tampoco espero que nadie trate de convencerme de lo contrario; soy bien grande para saber lo que hago y por qué lo hago. Sólo quiero que sepa que para mí ha sido un gusto conocerlo, doctor. Usted es la única persona que he visto por aquí tratando de encontrar a quien ayudar; es una buena persona. Yo fui malo, y pagué, pero no voy a seguir pagando. Cuando vuelva a saber de mí, no sienta pena. Gracias.

En efecto, no aguantó más. A los dos días fue noticia: de los cuatro que habían fugado, él era el único al que no habian recapturado.