viernes, 2 de octubre de 2009

Doña Virginia agonizaba

Doña Virginia agonizaba, o eso creía ella. La menor de sus hijas tomaba con afecto su mano izquierda mientras con la derecha, la sufrida señora se apretaba el vientre dolorido. Doña Virginia lloraba en hipos el dolor que le arrancaba la vida; en gotitas, la transpiración perlaba su frente, rodaba por el cuello y empapaba su bata de seda color salmón. Doña Virginia estaba sentada en el water. Desde sus ubicaciones, sentados en el borde de la gran tina, sus dos hijos varones la observaban con gesto impaciente. Dos de sus tres hijas y la empleada portando un pequeño azafate con una taza de manzanilla caliente, terminaban de llenar el baño, los espejos parecían replicar de mala gana la modesta reunión. Entre gemidos, la sufriente mujer, empezó:
-El ropero, el ropero… será para Elisa, ella es la hermana mayor ¿no? -la secreta satisfacción de Elisa no llegó a estirar una sonrisa en su cara, ella permaneció de pie frente al inodoro que ahora ocupaba retorcida su madre. -Quiero que las demás cosas, los muebles, los cuadros, se… se repartan entre todos sin pelear, por favor… -en este punto, uno de los varones se puso de pie y, con el mismo gesto de hastío que había conservado desde su llegada, miró a todos con impaciencia y exclamó:
-¡¿Que andan todos locos?!, ¿qué han estado esperando para llamar a un doctor? -el otro hermano se paró y salió del baño que hace rato quedaba pequeño para tantos. -¿Cómo han llegado a este punto? Mamá, yo sé que te sientes mal pero ¿ponerte a repartir tus cosas en lugar de tomar algo o llamar al médico?
-Me muero, hijo, me muero… -doña Virginia se estremecía, las lágrimas, luego de empozarse brevemente en el trazo violeta de sus ojeras, corrían imparables por sus mejillas -Tú no te imaginas el dolor que siento… tú no sabes, hijito…
-Lo que sé es que Juan Luis tiene razón: ¿por qué carajo no te has ido al médico?, ¡la clínica está a cuatro cuadras!!! ¡Ni siquiera has querido que llamen al doctor! -el otro hijo había vuelto, los gritos parecían hacer aun más estrecho el espacio.
-Para estas cosas no se llama al doctor, hijito… Me estoy muriendo ¿no ves?, ¡y tú me vienes a gritar!… -el llanto brotaba imparable de los grandes ojos azules de doña Virginia.
-¡Pero mamá…! Si te sientes tan mal, te acuestas y, si no quieres que te vea un médico varón, ¡llamamos a una doctora! Pero no vamos a quedarnos aquí viéndote sufrir así y ¡repartiendo tu herencia sentada en el water!!! ¿Cuál es el problema? -exclamó Juan Luis, el menor de los varones bajando el tono de la voz y tratando de recordarle a su madre su disposición a la paciencia, su tolerancia.
-La señora Vicky está empachada: o sea taco -interrumpiendo por un momento la tarea de enfriar una taza de manzanilla soplando sobre la superficie, rociándole a la vez el personal catálogo de bacterias que alegremente habitaba los primeros estamentos de su aparato respiratorio y digestivo, la empleada soltó seriamente su diagnóstico.
- ¡Ayyy…! -la agonía de doña Virginia parecía hacerse aún más cruel, el dolor que le atenazaba las tripas casi le hacía perder el sentido -Me estoy muriendo, hijitos, ya no puedo más… El carro… el carro… no quiero que vendan el carro, ustedes saben cuánto quería su papá a esa carcocha… Ayyy… Y mi ropa se la dan a la… a la parroquia… Ayy, Dios mío, qué dolor… -la interminable nota Re de una sirena empezaba a acercarse, una ambulancia se dirigía con premura hacia la casa.

Doña Virginia fue atendida en el hospital de emergencias y, merced a la tradicional técnica de un enema de leche tibia que a la vez de liberarla de molestias y dolores, restablecería la flora bacteriana perdida por tantos días de constipación, volvió a su casa a la mañana siguiente. Entonces muchas de sus ropas yacían sobre los muebles de la sala; Elisa se había llevado el ropero.