
-El ropero, el ropero… será para Elisa, ella es la hermana mayor ¿no? -la secreta satisfacción de Elisa no llegó a estirar una sonrisa en su cara, ella permaneció de pie frente al inodoro que ahora ocupaba retorcida su madre. -Quiero que las demás cosas, los muebles, los cuadros, se… se repartan entre todos sin pelear, por favor… -en este punto, uno de los varones se puso de pie y, con el mismo gesto de hastío que había conservado desde su llegada, miró a todos con impaciencia y exclamó:
-¡¿Que andan todos locos?!, ¿qué han estado esperando para llamar a un doctor? -el otro hermano se paró y salió del baño que hace rato quedaba pequeño para tantos. -¿Cómo han llegado a este punto? Mamá, yo sé que te sientes mal pero ¿ponerte a repartir tus cosas en lugar de tomar algo o llamar al médico?
-Me muero, hijo, me muero… -doña Virginia se estremecía, las lágrimas, luego de empozarse brevemente en el trazo violeta de sus ojeras, corrían imparables por sus mejillas -Tú no te imaginas el dolor que siento… tú no sabes, hijito…
-Lo que sé es que Juan Luis tiene razón: ¿por qué carajo no te has ido al médico?, ¡la clínica está a cuatro cuadras!!! ¡Ni siquiera has querido que llamen al doctor! -el otro hijo había vuelto, los gritos parecían hacer aun más estrecho el espacio.
-Para estas cosas no se llama al doctor, hijito… Me estoy muriendo ¿no ves?, ¡y tú me vienes a gritar!… -el llanto brotaba imparable de los grandes ojos azules de doña Virginia.
-¡Pero mamá…! Si te sientes tan mal, te acuestas y, si no quieres que te vea un médico varón, ¡llamamos a una doctora! Pero no vamos a quedarnos aquí viéndote sufrir así y ¡repartiendo tu herencia sentada en el water!!! ¿Cuál es el problema? -exclamó Juan Luis, el menor de los varones bajando el tono de la voz y tratando de recordarle a su madre su disposición a la paciencia, su tolerancia.
-La señora Vicky está empachada: o sea taco -interrumpiendo por un momento la tarea de enfriar una taza de manzanilla soplando sobre la superficie, rociándole a la vez el personal catálogo de bacterias que alegremente habitaba los primeros estamentos de su aparato respiratorio y digestivo, la empleada soltó seriamente su diagnóstico.
- ¡Ayyy…! -la agonía de doña Virginia parecía hacerse aún más cruel, el dolor que le atenazaba las tripas casi le hacía perder el sentido -Me estoy muriendo, hijitos, ya no puedo más… El carro… el carro… no quiero que vendan el carro, ustedes saben cuánto quería su papá a esa carcocha… Ayyy… Y mi ropa se la dan a la… a la parroquia… Ayy, Dios mío, qué dolor… -la interminable nota Re de una sirena empezaba a acercarse, una ambulancia se dirigía con premura hacia la casa.
Doña Virginia fue atendida en el hospital de emergencias y, merced a la tradicional técnica de un enema de leche tibia que a la vez de liberarla de molestias y dolores, restablecería la flora bacteriana perdida por tantos días de constipación, volvió a su casa a la mañana siguiente. Entonces muchas de sus ropas yacían sobre los muebles de la sala; Elisa se había llevado el ropero.